Un libro
para todo el mundo
“Dios
no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le
es acepto.” (HECHOS 10:34, 35.)
CIERTO profesor se hallaba en su casa un domingo por la tarde y
no esperaba visitas. Sin embargo, cuando una de nuestras hermanas
cristianas llamó a su puerta, se puso a escucharla. La conversación giró en
torno a la contaminación y el futuro de la Tierra, temas que le interesaban. No obstante,
cuando ella hizo alusión a la Biblia, se mostró escéptico. Por ello, la hermana
le preguntó qué opinaba acerca de la Biblia.
“Es un buen libro escrito por hombres
inteligentes —respondió él—, pero no hay que
tomar en serio la Biblia.”
“¿La ha leído usted?”, preguntó ella.
Desconcertado, el profesor tuvo que admitir
que no.
De modo que ella preguntó: “¿Cómo puede
expresarse con tanta convicción acerca de un libro que no ha
leído?”.
La
hermana tenía razón. El profesor decidió examinar la Biblia para formarse un
juicio de ella.
2 Al igual que este profesor, hay muchas personas que se han formado
juicios muy tajantes acerca de la Biblia pese a no haberla leído. Tal vez
tengan una Biblia. Hasta puede que reconozcan su valor literario o histórico.
Pero para muchos se trata de un libro cerrado. “No tengo tiempo de leer la
Biblia”, dicen algunas personas. Otras se preguntan: “¿Qué vigencia pudiera
tener en mi vida un libro antiguo?”. Estas opiniones constituyen un verdadero
reto. Los testigos de Jehová creemos firmemente que la Biblia “es inspirada de
Dios y provechosa para enseñar” (2 Timoteo 3:16, 17). Ahora bien,
¿cómo podemos convencer a las personas de que, prescindiendo de su raza, nación
o etnia, deben examinar la Biblia?
3 Analicemos algunas razones por las que la Biblia merece un examen. Este
análisis nos capacitará para razonar con aquellos con quienes hablamos en el
ministerio, y quizá hasta les convenzamos de que deben analizar lo que dice la
Biblia. Al mismo tiempo, este repaso debe fortalecer nuestra propia fe en que
la Biblia es, verdaderamente, lo que dice ser: “la palabra de Dios” (Hebreos
4:12).
El libro más ampliamente distribuido del mundo
4 En primer lugar, la Biblia merece que la examinemos porque es, con
mucho, el libro más distribuido y traducido de toda la historia de la
humanidad. Hace más de quinientos años la primera edición impresa con
caracteres móviles salió de la prensa del inventor alemán Johannes Gutenberg.
Desde entonces se han impreso unos cuatro mil millones de Biblias y
secciones de ella. Para 1996 contaba con versiones íntegras o parciales en
2.167 idiomas y dialectos. Más del noventa por ciento de la humanidad
tiene acceso a, como mínimo, una porción de la Biblia en su idioma nativo.
Ningún otro libro, religioso o de otro tipo, se le acerca siquiera.
5 Aunque las estadísticas por sí solas no prueban que la Biblia sea
la Palabra de Dios, no hay duda de que esperaríamos que un relato escrito
inspirado por Dios estuviera accesible a la población de todo el mundo. Al fin
y al cabo, la misma Biblia nos dice que “Dios no es parcial, sino que, en
toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto” (Hechos
10:34, 35). La Biblia ha traspasado las fronteras y ha rebasado las
barreras raciales y étnicas, una hazaña que no ha logrado ningún otro
libro. ¡Verdaderamente es un libro para todo el mundo!
Una historia de conservación sin igual
6 Hay otra razón por la que la Biblia merece que se la examine. Ha
sobrevivido a pesar de obstáculos naturales y humanos. La historia de su
conservación pese a enormes dificultades ciertamente no tiene igual entre
los escritos antiguos.
7 Según parece, los escritores bíblicos escribieron sus palabras con
tinta en papiros (que se elaboraban con la planta egipcia del mismo nombre) y
en pergaminos (que se preparaban con la piel de animales) (Job 8:11). Tales
materiales de escritura, sin embargo, tenían enemigos naturales. El docto Oscar
Paret explica: “Estos dos materiales de escritura están igualmente amenazados
por la humedad, el moho y varios tipos de gusanos. Conocemos por la experiencia
cotidiana la facilidad con que se deteriora el papel, e incluso el cuero
resistente, cuando se coloca a la intemperie o en una habitación húmeda”. Así
que poco sorprende que no se conozca la existencia de ninguno de los
escritos originales; probablemente se desintegraron hace mucho tiempo. Pero si
los escritos originales sucumbieron a sus enemigos naturales, ¿cómo ha sobrevivido
la Biblia?
8 Poco después de escribirse los originales, comenzaron a hacerse copias
a mano. De hecho, copiar la Ley y otras secciones de las Santas Escrituras
llegó a ser una profesión en el antiguo Israel. Al sacerdote Esdras, por
ejemplo, se le califica de “copista hábil en la ley de Moisés” (Esdras 7:6,11;
compárese con Salmo 45:1). No obstante, como las copias también se hacían
en materiales perecederos, con el tiempo hubo que sustituirlas por otras.
Durante siglos se hicieron copias de otras copias. Dado que los seres humanos
no son perfectos, ¿cambiaron significativamente el texto bíblico los
errores que cometieron los copistas? Los hechos muestran fuera de toda duda
que no.
9 Los copistas no solo eran muy diestros, sino que también sentían profunda
reverencia por las palabras que copiaban. El término hebreo traducido “copista”
alude a la acción de contar y registrar. Hallamos un ejemplo del sumo cuidado y
la exactitud de los copistas en el caso de los masoretas, copistas de las
Escrituras Hebreas que vivieron entre los siglos VI y X E.C. Según el
erudito Thomas Hartwell Horne, calcularon “cuántas veces aparece en las
Escrituras Hebreas cada letra del alfabeto [hebreo]”. Pensemos en lo que esto
significa. Para no omitir ni una sola letra, aquellos entregados
copistas iban al extremo de contar tanto las palabras como las letras que
copiaban. Según el recuento de cierto docto, al parecer llevaban la cuenta de
las 815.140 letras de las Escrituras Hebreas. Tal minuciosidad garantizaba
un alto grado de exactitud.
10 De hecho, hay prueba convincente de que los textos hebreos y griegos en
los que se basan las traducciones modernas reflejan con notable fidelidad las
palabras de los escritores originales. Componen esa prueba miles de manuscritos
bíblicos —se calcula que seis mil de las Escrituras Hebreas, tanto
íntegros como fragmentarios, y unos cinco mil de las Escrituras Cristianas
en griego— que han sobrevivido hasta nuestro día. Un minucioso análisis
comparativo de los muchos manuscritos existentes ha permitido a los críticos
textuales detectar los errores de los copistas y determinar cuál era el texto
original. Comentando sobre el texto de las Escrituras Hebreas, el docto William
H. Green pudo por ello afirmar: “Puede decirse con seguridad que ninguna
otra obra de la antigüedad se ha transmitido con tanta exactitud”. La misma
confianza puede tenerse en el texto de las Escrituras Griegas Cristianas.
11 ¡Con qué facilidad se hubiera perdido la Biblia de no haber sido
por las copias manuscritas que reemplazaron los originales con su valioso
mensaje! Solo hay una razón para su supervivencia: Jehová es el Conservador y
Protector de su Palabra. Como la misma Biblia dice en 1 Pedro
1:24, 25, “toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de
la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová
dura para siempre”.
Traducida a las lenguas vivas de la humanidad
12 Seguir existiendo a pesar de haberse copiado durante siglos ya era de
por sí difícil, pero la Biblia tuvo que afrontar otro obstáculo: la traducción
a los idiomas contemporáneos. La Biblia debe hablar la lengua del pueblo a fin
de llegarle al corazón. Sin embargo, traducir la Biblia, con sus más de
mil cien capítulos y treinta y un mil versículos, es una tarea ingente.
No obstante, a lo largo de los siglos, traductores abnegados se han
entregado gustosos a la labor, que les ha supuesto afrontar en ocasiones
obstáculos aparentemente insalvables.
13 Examinemos, por ejemplo, cómo se tradujo la Biblia a los idiomas de
África. En el año 1800, apenas una docena de lenguas africanas contaban
con escritura. Cientos de idiomas carecían de un sistema de representación
gráfica. Este fue el obstáculo que afrontó el traductor de la Biblia Robert
Moffat. En 1821, a la edad de 25 años, fundó una misión entre los
tsuanas de África meridional. Decidido a aprender su lengua, que no tenía
escritura, se relacionó con aquel pueblo. Perseveró, y con el tiempo, sin la
ayuda de manuales ni diccionarios, dominó el idioma, elaboró un sistema de
escritura y enseñó a algunos tsuanas a leer dicha escritura. En 1829, tras
haber trabajado entre los tsuanas por ocho años, terminó la traducción del
Evangelio de Lucas. Posteriormente dijo: “Me enteré de que algunos habían
recorrido cientos de kilómetros para obtener ejemplares de San
Lucas. [...] Cuando recibieron las porciones de San Lucas, los vi
apretarlas contra el pecho y romper a llorar, derramando lágrimas de
agradecimiento, tanto que tuve que decir a más de uno: ‘Van a estropear los
libros con tantas lágrimas’”. Moffat también contó de un africano que vio a
unas cuantas personas leer el Evangelio de Lucas, y les preguntó qué era lo que
tenían. “La palabra de Dios”, contestaron. “¿Habla?”, preguntó el hombre. “Sí
—fue la respuesta—, habla al corazón.”
14 Traductores abnegados de la talla de Moffat dieron a muchos africanos
su primera oportunidad de comunicarse mediante la escritura. No obstante,
dejaron al pueblo africano un legado mucho más valioso: la Biblia en su propia
lengua. Además, Moffat introdujo el nombre divino en la lengua tsuana, y lo
utilizó en toda su traducción. De ahí que los tsuanas se refirieran a la Biblia
como “la boca de Jehová” (Salmo 83:18).
15 Otros traductores de diversas partes del mundo afrontaron obstáculos
parecidos. Algunos hasta arriesgaron la vida para traducir la Biblia. Piense en
ello: Si la Biblia hubiera permanecido en el hebreo y el griego antiguos,
podría haber “muerto” hace mucho, pues con el tiempo las masas casi olvidaron
esos idiomas y en algunas partes de la Tierra nunca se conocieron. Pese a ello,
la Biblia está muy viva porque, a diferencia de los demás libros, puede
“hablar” a las personas de todo el mundo en su propio idioma. Como
consecuencia, su mensaje sigue “obrando en ustedes los creyentes [en ella]” (1 Tesalonicenses
2:13). La Santa Biblia, de Evaristo Martín Nieto, traduce estas palabras
como sigue: “Permanece vitalmente activa en vosotros, los creyentes [en ella]”.
Confiable
16 “¿Es de verdad confiable la Biblia? —quizá pregunten algunos—. ¿Habla
de personas de la vida real, lugares auténticos y sucesos históricos?” Para que
confiemos en ella, debe haber prueba de que la escribieron hombres cuidadosos y
honrados. Esto nos lleva a otra razón para examinarla: hay prueba sólida de que
es fidedigna y confiable.
17 Los escritores imparciales no solo consignan los éxitos, sino
también los fracasos; no solo las virtudes, sino también los defectos. Los
escritores de la Biblia manifestaron esa reconfortante franqueza. Veamos, por
ejemplo, la sinceridad de Moisés. Entre los datos de que habló con franqueza
estuvo su propia falta de elocuencia, que en su opinión lo incapacitaba para
ser el caudillo de Israel (Éxodo 4:10); el grave error que cometió y que
impidió que entrara en la Tierra Prometida (Números 20:9-12; 27:12-14); la
desviación de su hermano Aarón, que colaboró con los israelitas rebeldes en
hacer una estatua de un becerro de oro (Éxodo 32:1-6); la rebelión de su
hermana, Míriam, y su humillante castigo (Números 12:1-3, 10); la
profanación de la que fueron protagonistas sus sobrinos Nadab y Abihú (Levítico
10:1, 2), y las continuas quejas y murmuraciones del propio pueblo de Dios
(Éxodo 14:11, 12; Números 14:1-10). ¿No revela interés genuino por la
verdad una exposición tan sincera y abierta? Dado que los escritores de la
Biblia estuvieron dispuestos a reflejar aspectos negativos de sus seres amados,
de su pueblo y de sí mismos, ¿no hay buena razón para confiar en sus
escritos?
18 La coherencia de los escritores de la Biblia también muestra que sus
trabajos son dignos de confianza. Es verdaderamente notable que cuarenta
hombres que escribieron en un lapso de unos mil seiscientos años
concuerden incluso en los más mínimos detalles. Sin embargo, no se trata
de una armonía tan premeditada que infunda sospechas de confabulación. Al
contrario, hay una falta patente de intención en la concordancia de diversos
detalles; muchas veces se ve que la armonía es claramente una coincidencia.
19 Para ilustrarlo, veamos un incidente que ocurrió la noche de la
detención de Jesús. Los escritores de los cuatro Evangelios dejaron constancia
de que uno de los discípulos sacó una espada y atacó a un esclavo del sumo
sacerdote, a quien cortó una oreja. No obstante, únicamente Lucas nos dice
que Jesús le “tocó la oreja y lo sanó” (Lucas 22:51). Pues bien, ¿no es lo que
esperaríamos de un escritor al que se conocía como “el médico amado”?
(Colosenses 4:14.) El relato de Juan dice que, de todos los discípulos
presentes, fue Pedro el que blandió la espada, lo que no sorprende en vista
de la tendencia de Pedro a ser precipitado e impetuoso (Juan 18:10; compárese
con Mateo 16:22, 23 y con Juan 21:7, 8). Juan aporta otro detalle
aparentemente innecesario: “El nombre del esclavo era Malco”. ¿Por qué es Juan
el único que da el nombre de esta persona? La explicación reside en un dato de
menor importancia que se cita de pasada solo en el relato de Juan: este “era
conocido del sumo sacerdote”. También lo conocía la casa del sumo sacerdote;
los servidores lo conocían a él y él a los servidores (Juan 18:10,
15, 16). Es natural, por tanto, que Juan mencionara el nombre de la
persona herida, mientras que no lo hicieron los demás escritores de los
evangelios, para quienes dicha persona era por lo visto un extraño. Es
asombrosa la concordancia entre todos estos detalles, pero obviamente fue
involuntaria. Hay muchísimos ejemplos parecidos en la Biblia.
20 Así pues, ¿es fidedigna la Biblia? Desde luego. La franqueza de los
escritores bíblicos y la coherencia interna de los escritos dan a la Biblia un
inconfundible cariz de verdad. Las personas sinceras tienen que saber que
pueden confiar en la Biblia, pues es la Palabra inspirada de “Jehová el Dios de
la verdad” (Salmo 31:5). Hay más razones por las que la Biblia es un libro para
todo el mundo, como se indicará en el artículo siguiente.
Según las cifras publicadas por las Sociedades Bíblicas Unidas.
La segunda vez que Pablo estuvo preso en Roma, pidió a Timoteo que le
llevara “los rollos, especialmente los pergaminos” (2 Timoteo 4:13).
Posiblemente pedía algunas secciones de las Escrituras Hebreas para estudiarlas
mientras estuviera en prisión. La expresión “especialmente los pergaminos” tal
vez indique que había rollos tanto de papiro como de pergamino.
En 1838, Moffat terminó la traducción de las Escrituras Griegas
Cristianas. Con la ayuda de un compañero finalizó la traducción de las
Escrituras Hebreas en 1857.
La familiaridad de Juan con el sumo sacerdote y su casa se indica
nuevamente más adelante. Cuando otro de los esclavos del sumo sacerdote acusa a
Pedro de ser uno de los discípulos de Jesús, Juan dice que este esclavo era
“pariente del hombre a quien Pedro había cortado la oreja” (Juan 18:26).