En lo concerniente a ti, mi Señor Jesùs,
¿còmo no reconocer tu sacrificio por nosotros?.
¿Còmo no reconocer que Jehovà tu Padre y Dios te concediò el poder de juzgar a los vivos y a los muertos, que no te concediò solamente esa gloria que tu tenìas ante Èl, antes de que el mundo fuese, sino que te concediò una gloria mucho mayor?.
La de ser el Rey,
el Rey incluso de hasta esa motita de polvo que gira en el aire.
Y te diò algo que tampoco tenìas allì en los cielos, ¡Oh...mi
Señor Jesùs!!. Ahora, al igual que tu Dios y Padre, Jehovà,
te concediò, no solo que toda rodilla se doble ante ti,
sea aquì o en sistemas venideros, sino que te concediò la inmortalidad,
Ahora mi Señor Jesùs, mi Rey amado, mi Prìncipe de Paz,
mi Admirable Consejero, mi Dios Poderoso, tu ya no mueres.
Pero de lo que me siento alegre y dichoso, es que cuando
estuviste acà en la tierra, siempre reflejaste fielmente
lo que tu Padre y Dios es.
¿Quièn se iba a condoler de nuestras desgracias?
Solamente tu mi Señor Jesùs.
Tu, que nos amaste como tu Padre y Dios nos ama.
Un Dios como Jehovà, no podìa tener un hijo, que no fueras tu.
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