lunes, 18 de septiembre de 2017

La Septuaginta




Una traducción de la Biblia que cambió al mundo
Cuando el profeta Moisés comenzó a escribir la Biblia hace más de tres mil quinientos años, solo una pequeña nación podía leerla (Deuteronomio 7:7). La razón para ello era que las Escrituras existían únicamente en la lengua original de aquel pueblo: el hebreo. Pero la situación cambiaría con el tiempo.
LA DIFUSIÓN del mensaje bíblico y el influjo positivo que ha ejercido a lo largo de los siglos se deben en gran medida a su primera traducción: la Septuaginta, o Versión de los Setenta. ¿Por qué se realizó? Y ¿puede afirmarse correctamente que esta Biblia cambió al mundo?

¿Una traducción inspirada?
Tras el exilio en Babilonia durante los siglos VII y VI a.E.C., muchos judíos se quedaron a vivir fuera de los dominios de los antiguos Israel y Judá. Para los nacidos en el exilio, el hebreo pasó a ser su segunda lengua. Hacia el siglo III a.E.C. existía una comunidad judía en Alejandría de Egipto, un importantísimo centro cultural del Imperio griego. Aquellos judíos estimaron valioso traducir las Sagradas Escrituras al griego, a la sazón, su lengua materna.
Hasta entonces, el mensaje inspirado de la Biblia se había compuesto en hebreo, con algunas porciones pequeñas en arameo, una lengua de la misma familia. ¿Disminuiría el poderoso efecto de la inspiración divina si se expresaba la Palabra de Dios en un idioma diferente, llevando quizás a interpretaciones erróneas? ¿Se arriesgarían los judíos —a quienes se había confiado la Palabra inspirada— a que el mensaje se distorsionara mediante la traducción? (Salmo 147:19, 20; Romanos 3:1, 2.)
Si bien estas delicadas cuestiones causaban recelo, la preocupación de que los judíos dejaran de entender la Palabra de Dios terminó imponiéndose sobre los demás factores. Se decidió realizar una versión griega de la Torá, nombre dado a los primeros cinco libros de la Biblia, escritos por Moisés. El proceso de la traducción en sí se halla envuelto en la leyenda. Según cuenta la Carta de Aristeo, el rey egipcio Tolomeo II (285-246 a.E.C.) quiso tener en su biblioteca una copia del Pentateuco (o Torá) en lengua griega, y encargó la traducción a 72 sabios judíos, que llegaron a Egipto procedentes de Israel y la acabaron en setenta y dos días. Terminado el texto, se leyó a la comunidad judía, que alabó su hermosura y exactitud. Los adornos añadidos posteriormente al relato afirman que, a pesar de que los traductores fueron instalados en habitaciones separadas, su traducción coincidió letra por letra. En virtud de la tradición de los 72 traductores, esta versión bíblica al griego llegó a conocerse como la Septuaginta, voz latina que significa “setenta”.
La mayoría de los eruditos modernos coinciden en que la Carta de Aristeo es una obra apócrifa. Tampoco creen que Tolomeo II concibiera el proyecto de la traducción, sino los líderes de la comunidad judía alejandrina. No obstante, los escritos del filósofo judío Filón de Alejandría y del historiador judío Josefo, al igual que el Talmud, revelan que los judíos del siglo I tenían la creencia general de que la Septuaginta había sido inspirada de la misma manera que las Escrituras originales. Tales tradiciones surgieron indudablemente del empeño por hacer que la comunidad judía de todo el mundo aceptara la Septuaginta.
Aunque la traducción inicial solo comprendió los cinco libros de Moisés, el término Septuaginta llegó a designar a la entera colección de las Escrituras Hebreas vertidas al griego. Los restantes libros se tradujeron durante la siguiente centuria más o menos. La composición de la entera Septuaginta no se logró por una acción coordinada, sino que se hizo poco a poco. Los traductores diferían en ingenio y conocimiento del hebreo. La mayor parte de los libros se tradujeron literalmente, llegando en ocasiones a los extremos, mientras que otros se tradujeron de forma bastante libre; de algunos existe una versión completa y otra abreviada. A finales del siglo II a.E.C. se podían leer en griego todos los libros de las Escrituras Hebreas. Pese a la heterogeneidad de resultados, el efecto que produjo la versión al griego de las Escrituras Hebreas sobrepasó en mucho las expectativas de los traductores.

¿Jafet en las tiendas de Sem?
Hablando de la Septuaginta, el Talmud cita de Génesis 9:27: “Que [...] Jafet [...] more en las tiendas de Sem” (Meguilá 9b, Talmud babilónico). El Talmud da a entender de manera figurada que, por medio de la belleza de la lengua griega empleada en la Septuaginta, Jafet (padre de Javán, de quien descendieron los griegos) moró en las tiendas de Sem (antepasado de la nación de Israel). Pero pudiera decirse asimismo que Sem moró en las tiendas de Jafet a través de la Septuaginta. ¿Cómo?
Tras las conquistas de Alejandro Magno, en la segunda mitad del siglo IV a.E.C., se realizó una intensa campaña para difundir la lengua y la cultura griegas por todos los países conquistados, política que recibió el nombre de helenización. Los judíos se vieron bajo un constante ataque cultural; de prevalecer la cultura y la filosofía griegas, su propia religión se vería minada. ¿Qué podría detener el avance de dicho ataque?
Refiriéndose a uno de los posibles motivos que llevó a los judíos a traducir la Septuaginta, el traductor bíblico judío Max Margolis comenta: “Si en modo alguno pudiera atribuirse el plan a la comunidad judía, habría otro motivo implicado en ello, a saber, abrir la Ley judía para el escrutinio de la población gentil y convencer al mundo de que los judíos poseían una cultura que rivalizaba con la sabiduría de la Hélade (Grecia)”. Por consiguiente, poner las Escrituras Hebreas al alcance del mundo de lengua griega pudo constituir un acto de defensa propia y contraataque a la vez.
La política de helenización emprendida por Alejandro hizo del griego la lengua internacional. Aun cuando su reino fue derribado por los romanos, el griego común (koiné) siguió siendo la lengua del comercio y la comunicación entre las naciones. Tanto si se debió a un acto deliberado como si sucedió de forma natural, la versión Septuaginta de las Escrituras Hebreas penetró rápidamente en los hogares y corazones de muchos no judíos que no conocían a Dios ni la Ley judaica. Las consecuencias fueron asombrosas.

Prosélitos y temerosos de Dios
En el siglo I E.C., Filón escribió que “la belleza y dignidad de la legislación transmitida por Moisés es una fuente de admiración no solo entre los judíos, sino también entre todos los pueblos”. Tocante a los judíos que residían fuera de Palestina en el siglo I, el historiador judío Joseph Klausner apunta: “Cuesta creer que todos esos millones de judíos estuvieran constituidos únicamente por emigrantes de la pequeña Palestina. Es inevitable concluir que este formidable aumento se debió también a la admisión de grandes cantidades de varones y mujeres prosélitos”.
Sin embargo, estos interesantes hechos no explican la situación por completo. El escritor Shaye J. D. Cohen, profesor de Historia judía, afirma: “Muchos gentiles, hombres así como mujeres, se convirtieron al judaísmo durante los últimos siglos a.E.C. y los dos primeros siglos E.C. Pero más numerosos aún fueron los gentiles que aceptaron ciertos aspectos del judaísmo mas no se convirtieron a él”. Tanto Klausner como Cohen aluden a estos no conversos como temerosos de Dios, expresión que aparece con frecuencia en la literatura griega de la época.
¿En qué se diferenciaban los prosélitos de los temerosos de Dios? Los prosélitos eran conversos cabales, considerados judíos en todo sentido porque aceptaban al Dios de Israel (rechazando a todo otro dios), se circuncidaban y se incorporaban a la nación de Israel. En cambio, Cohen dice lo siguiente sobre los temerosos de Dios: “Aunque estos gentiles observaban muchas de las prácticas judaicas y de una u otra forma veneraban al Dios de los judíos, no se consideraban a sí mismos judíos ni los demás los veían como tales”. Klausner menciona que “se hallaban en una posición intermedia”, pues aceptaban el judaísmo y “observaban parte de sus costumbres, pero [...] no se hacían judíos cabales”.
Es posible que algunos se interesaran en Dios por conversaciones con misioneros judíos o al observar que su conducta y costumbres eran muy diferentes. Aun así, la Septuaginta constituyó el principal instrumento mediante el cual aprendieron acerca de Jehová Dios. Aunque no hay forma de saber la cantidad exacta de temerosos de Dios que había en el siglo I, no cabe duda de que la Septuaginta difundió algún conocimiento de Dios por todo el Imperio romano. Asimismo, mediante ella se colocó un importante cimiento.

La Septuaginta ayudó a preparar el camino
La Septuaginta desempeñó un distinguido papel en la propagación del cristianismo. Muchos judíos de habla griega estuvieron presentes en la fundación de la congregación cristiana en Pentecostés de 33 E.C. También hubo prosélitos entre los que se hicieron discípulos de Cristo en aquellos tiempos tempranos (Hechos 2:5-11; 6:1-6; 8:26-38). Puesto que los escritos inspirados de los apóstoles de Jesús y de otros de sus primeros discípulos iban destinados al mayor público posible, se redactaron en griego. Por eso, muchas citas de las Escrituras Hebreas que aparecen en las Escrituras Griegas Cristianas se basaron en la Septuaginta.
Otras personas, aparte de los judíos naturales y los prosélitos, estaban listas para aceptar el mensaje del Reino. El gentil Cornelio era un “hombre devoto y que temía a Dios junto con toda su casa, y hacía muchas dádivas de misericordia al pueblo y hacía ruego a Dios continuamente”. En el año 36 E.C., Cornelio, su familia y otras personas que estaban reunidas en su casa fueron los primeros gentiles en bautizarse como seguidores de Cristo (Hechos 10:1, 2, 24, 44-48; compárese con Lucas 7:2-10). Cuando el apóstol Pablo viajó por Asia Menor y Grecia, predicó a muchos gentiles que ya temían a Dios y a “griegos que adoraban a Dios” (Hechos 13:16, 26; 17:4). ¿Por qué estaban Cornelio y los demás gentiles listos para aceptar las buenas nuevas? Porque la Septuaginta había ayudado a preparar el camino. Cierto erudito se aventuró a decir que la Septuaginta “es un libro tan sumamente importante, que sin él no podrían concebirse la cristiandad y la cultura occidental”.

La Septuaginta pierde su “inspiración”
El extenso uso que se dio a la Septuaginta produjo a la postre una reacción violenta por parte de los judíos. En sus conversaciones con los cristianos, por ejemplo, los judíos afirmaban que era una traducción inexacta. Hacia el siglo II E.C., la comunidad judía le había vuelto completamente la espalda a la traducción que en otro tiempo alabó como inspirada. Los rabinos rechazaron la leyenda de los 72 traductores. Decían: “Sucedió una vez que cinco ancianos escribieron la Torá en griego para el rey Tolomeo, siendo aquel día tan ominoso para Israel como el día en que fabricaron el becerro de oro, puesto que era imposible traducir la Torá con exactitud”. Para asegurar una concordancia más estricta con las ideas rabínicas, autorizaron una nueva traducción griega, la cual llevó a cabo en el siglo II E.C. un prosélito judío llamado Áquila, discípulo del rabino Aquiba.
Los judíos dejaron de utilizar la Septuaginta, pero esta se convirtió en el “Viejo Testamento” estándar de la naciente Iglesia Católica hasta que la reemplazó la Vulgata latina de Jerónimo. Si bien una traducción nunca sustituye el original, la Septuaginta desempeñó un papel importante en la difusión del conocimiento de Jehová Dios y de su Reino mediante Jesucristo. En efecto, fue una traducción de la Biblia que cambió al mundo.

Es posible que el Evangelio de Mateo se escribiera primero en hebreo, y que luego se realizara una versión en griego.

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