Una
traducción de la Biblia que cambió al mundo
Cuando el profeta Moisés
comenzó a escribir la Biblia hace más de tres mil quinientos años,
solo una pequeña nación podía leerla (Deuteronomio 7:7). La razón
para ello era que las Escrituras existían únicamente en la lengua
original de aquel pueblo: el hebreo. Pero la situación cambiaría
con el tiempo.
LA DIFUSIÓN del mensaje
bíblico y el influjo positivo que ha ejercido a lo largo de los
siglos se deben en gran medida a su primera traducción: la
Septuaginta, o Versión de los Setenta. ¿Por qué se
realizó? Y ¿puede afirmarse correctamente que esta Biblia cambió
al mundo?
¿Una
traducción inspirada?
Tras el exilio en
Babilonia durante los siglos VII y VI a.E.C., muchos judíos
se quedaron a vivir fuera de los dominios de los antiguos Israel y
Judá. Para los nacidos en el exilio, el hebreo pasó a ser su
segunda lengua. Hacia el siglo III a.E.C. existía una
comunidad judía en Alejandría de Egipto, un importantísimo centro
cultural del Imperio griego. Aquellos judíos estimaron valioso
traducir las Sagradas Escrituras al griego, a la sazón, su lengua
materna.
Hasta entonces, el
mensaje inspirado de la Biblia se había compuesto en hebreo, con
algunas porciones pequeñas en arameo, una lengua de la misma
familia. ¿Disminuiría el poderoso efecto de la inspiración divina
si se expresaba la Palabra de Dios en un idioma diferente, llevando
quizás a interpretaciones erróneas? ¿Se arriesgarían los judíos
—a quienes se había confiado la Palabra inspirada— a que el
mensaje se distorsionara mediante la traducción? (Salmo 147:19, 20;
Romanos 3:1, 2.)
Si bien estas delicadas
cuestiones causaban recelo, la preocupación de que los judíos
dejaran de entender la Palabra de Dios terminó imponiéndose sobre
los demás factores. Se decidió realizar una versión griega de la
Torá, nombre dado a los primeros cinco libros de la Biblia, escritos
por Moisés. El proceso de la traducción en sí se halla envuelto en
la leyenda. Según cuenta la Carta de Aristeo, el rey egipcio
Tolomeo II (285-246 a.E.C.) quiso tener en su biblioteca
una copia del Pentateuco (o Torá) en lengua griega, y encargó la
traducción a 72 sabios judíos, que llegaron a Egipto procedentes de
Israel y la acabaron en setenta y dos días. Terminado el texto, se
leyó a la comunidad judía, que alabó su hermosura y exactitud. Los
adornos añadidos posteriormente al relato afirman que, a pesar de
que los traductores fueron instalados en habitaciones separadas, su
traducción coincidió letra por letra. En virtud de la tradición de
los 72 traductores, esta versión bíblica al griego llegó a
conocerse como la Septuaginta, voz latina que significa
“setenta”.
La mayoría de los
eruditos modernos coinciden en que la Carta de Aristeo es una
obra apócrifa. Tampoco creen que Tolomeo II concibiera el
proyecto de la traducción, sino los líderes de la comunidad judía
alejandrina. No obstante, los escritos del filósofo judío
Filón de Alejandría y del historiador judío Josefo, al igual que
el Talmud, revelan que los judíos del siglo I tenían la
creencia general de que la Septuaginta había sido inspirada
de la misma manera que las Escrituras originales. Tales tradiciones
surgieron indudablemente del empeño por hacer que la comunidad judía
de todo el mundo aceptara la Septuaginta.
Aunque la traducción
inicial solo comprendió los cinco libros de Moisés, el término
Septuaginta llegó a designar a la entera colección de las
Escrituras Hebreas vertidas al griego. Los restantes libros se
tradujeron durante la siguiente centuria más o menos. La composición
de la entera Septuaginta no se logró por una acción
coordinada, sino que se hizo poco a poco. Los traductores diferían
en ingenio y conocimiento del hebreo. La mayor parte de los libros se
tradujeron literalmente, llegando en ocasiones a los extremos,
mientras que otros se tradujeron de forma bastante libre; de algunos
existe una versión completa y otra abreviada. A finales del
siglo II a.E.C. se podían leer en griego todos los libros
de las Escrituras Hebreas. Pese a la heterogeneidad de resultados, el
efecto que produjo la versión al griego de las Escrituras Hebreas
sobrepasó en mucho las expectativas de los traductores.
¿Jafet
en las tiendas de Sem?
Hablando de la
Septuaginta, el Talmud cita de Génesis 9:27: “Que [...]
Jafet [...] more en las tiendas de Sem” (Meguilá 9b, Talmud
babilónico). El Talmud da a entender de manera figurada que, por
medio de la belleza de la lengua griega empleada en la Septuaginta,
Jafet (padre de Javán, de quien descendieron los griegos) moró en
las tiendas de Sem (antepasado de la nación de Israel). Pero pudiera
decirse asimismo que Sem moró en las tiendas de Jafet a través de
la Septuaginta. ¿Cómo?
Tras las conquistas de
Alejandro Magno, en la segunda mitad del siglo IV a.E.C.,
se realizó una intensa campaña para difundir la lengua y la cultura
griegas por todos los países conquistados, política que recibió el
nombre de helenización. Los judíos se vieron bajo un
constante ataque cultural; de prevalecer la cultura y la filosofía
griegas, su propia religión se vería minada. ¿Qué podría detener
el avance de dicho ataque?
Refiriéndose a uno de
los posibles motivos que llevó a los judíos a traducir la
Septuaginta, el traductor bíblico judío Max Margolis
comenta: “Si en modo alguno pudiera atribuirse el plan a la
comunidad judía, habría otro motivo implicado en ello, a saber,
abrir la Ley judía para el escrutinio de la población gentil y
convencer al mundo de que los judíos poseían una cultura que
rivalizaba con la sabiduría de la Hélade (Grecia)”. Por
consiguiente, poner las Escrituras Hebreas al alcance del mundo de
lengua griega pudo constituir un acto de defensa propia y
contraataque a la vez.
La política de
helenización emprendida por Alejandro hizo del griego la lengua
internacional. Aun cuando su reino fue derribado por los romanos, el
griego común (koiné) siguió siendo la lengua del comercio y la
comunicación entre las naciones. Tanto si se debió a un acto
deliberado como si sucedió de forma natural, la versión Septuaginta
de las Escrituras Hebreas penetró rápidamente en los hogares y
corazones de muchos no judíos que no conocían a Dios
ni la Ley judaica. Las consecuencias fueron asombrosas.
Prosélitos
y temerosos de Dios
En el siglo I E.C.,
Filón escribió que “la belleza y dignidad de la legislación
transmitida por Moisés es una fuente de admiración no solo
entre los judíos, sino también entre todos los pueblos”. Tocante
a los judíos que residían fuera de Palestina en el siglo I, el
historiador judío Joseph Klausner apunta: “Cuesta creer que todos
esos millones de judíos estuvieran constituidos únicamente por
emigrantes de la pequeña Palestina. Es inevitable concluir que este
formidable aumento se debió también a la admisión de grandes
cantidades de varones y mujeres prosélitos”.
Sin embargo, estos
interesantes hechos no explican la situación por completo. El
escritor Shaye J. D. Cohen, profesor de Historia judía, afirma:
“Muchos gentiles, hombres así como mujeres, se convirtieron al
judaísmo durante los últimos siglos a.E.C. y los dos primeros
siglos E.C. Pero más numerosos aún fueron los gentiles que
aceptaron ciertos aspectos del judaísmo mas no se convirtieron
a él”. Tanto Klausner como Cohen aluden a estos no conversos
como temerosos de Dios, expresión que aparece con frecuencia
en la literatura griega de la época.
¿En qué se
diferenciaban los prosélitos de los temerosos de Dios? Los
prosélitos eran conversos cabales, considerados judíos en todo
sentido porque aceptaban al Dios de Israel (rechazando a todo otro
dios), se circuncidaban y se incorporaban a la nación de Israel. En
cambio, Cohen dice lo siguiente sobre los temerosos de Dios: “Aunque
estos gentiles observaban muchas de las prácticas judaicas y de una
u otra forma veneraban al Dios de los judíos, no se
consideraban a sí mismos judíos ni los demás los veían como
tales”. Klausner menciona que “se hallaban en una posición
intermedia”, pues aceptaban el judaísmo y “observaban parte de
sus costumbres, pero [...] no se hacían judíos cabales”.
Es posible que algunos se
interesaran en Dios por conversaciones con misioneros judíos o al
observar que su conducta y costumbres eran muy diferentes. Aun así,
la Septuaginta constituyó el principal instrumento mediante
el cual aprendieron acerca de Jehová Dios. Aunque no hay forma
de saber la cantidad exacta de temerosos de Dios que había en el
siglo I, no cabe duda de que la Septuaginta difundió
algún conocimiento de Dios por todo el Imperio romano. Asimismo,
mediante ella se colocó un importante cimiento.
La
Septuaginta ayudó a preparar el camino
La Septuaginta
desempeñó un distinguido papel en la propagación del cristianismo.
Muchos judíos de habla griega estuvieron presentes en la fundación
de la congregación cristiana en Pentecostés de 33 E.C. También
hubo prosélitos entre los que se hicieron discípulos de Cristo en
aquellos tiempos tempranos (Hechos 2:5-11; 6:1-6; 8:26-38). Puesto
que los escritos inspirados de los apóstoles de Jesús y de otros de
sus primeros discípulos iban destinados al mayor público posible,
se redactaron en griego. Por eso, muchas citas de las Escrituras
Hebreas que aparecen en las Escrituras Griegas Cristianas se basaron
en la Septuaginta.
Otras personas, aparte de
los judíos naturales y los prosélitos, estaban listas para aceptar
el mensaje del Reino. El gentil Cornelio era un “hombre devoto y
que temía a Dios junto con toda su casa, y hacía muchas dádivas de
misericordia al pueblo y hacía ruego a Dios continuamente”. En el
año 36 E.C., Cornelio, su familia y otras personas que estaban
reunidas en su casa fueron los primeros gentiles en bautizarse como
seguidores de Cristo (Hechos 10:1, 2, 24, 44-48; compárese
con Lucas 7:2-10). Cuando el apóstol Pablo viajó por Asia Menor y
Grecia, predicó a muchos gentiles que ya temían a Dios y a “griegos
que adoraban a Dios” (Hechos 13:16, 26; 17:4). ¿Por qué
estaban Cornelio y los demás gentiles listos para aceptar las buenas
nuevas? Porque la Septuaginta había ayudado a preparar el
camino. Cierto erudito se aventuró a decir que la Septuaginta
“es un libro tan sumamente importante, que sin él no podrían
concebirse la cristiandad y la cultura occidental”.
La
Septuaginta pierde su “inspiración”
El extenso uso que se dio
a la Septuaginta produjo a la postre una reacción violenta
por parte de los judíos. En sus conversaciones con los cristianos,
por ejemplo, los judíos afirmaban que era una traducción inexacta.
Hacia el siglo II E.C., la comunidad judía le había
vuelto completamente la espalda a la traducción que en otro tiempo
alabó como inspirada. Los rabinos rechazaron la leyenda de los 72
traductores. Decían: “Sucedió una vez que cinco ancianos
escribieron la Torá en griego para el rey Tolomeo, siendo aquel día
tan ominoso para Israel como el día en que fabricaron el becerro de
oro, puesto que era imposible traducir la Torá con exactitud”.
Para asegurar una concordancia más estricta con las ideas rabínicas,
autorizaron una nueva traducción griega, la cual llevó a cabo en el
siglo II E.C. un prosélito judío llamado Áquila,
discípulo del rabino Aquiba.
Los judíos dejaron de
utilizar la Septuaginta, pero esta se convirtió en el “Viejo
Testamento” estándar de la naciente Iglesia Católica hasta que la
reemplazó la Vulgata latina de Jerónimo. Si bien una
traducción nunca sustituye el original, la Septuaginta
desempeñó un papel importante en la difusión del conocimiento de
Jehová Dios y de su Reino mediante Jesucristo. En efecto, fue una
traducción de la Biblia que cambió al mundo.
Es posible que el
Evangelio de Mateo se escribiera primero en hebreo, y que luego se
realizara una versión en griego.
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