¿De qué provecho son las pruebas de nuestra fe?
LOS siervos de Dios no pueden escapar de las pruebas. El apóstol Pablo escribió: “Todos los que desean vivir con devoción piadosa en asociación con Cristo Jesús también serán perseguidos.” (2 Tim. 3:12) Esa persecución puede venir de amigos, parientes, vecinos, la comunidad o las autoridades gubernamentales. Puede incluir tanto abuso verbal como físico así como interferencia con los medios con los que la persona se gana la vida. Además, los cristianos verdaderos tienen los mismos problemas que son comunes a la humanidad... enfermedades, desilusiones, injusticias y tragedia. Todas esas penalidades ponen a prueba la fe de la persona.
No obstante, el que nuestra fe sea probada por penalidades tiene aspectos positivos. El apóstol Pedro llamó atención a esto, al decir: “Han sido contristados por diversas pruebas, a fin de que la cualidad probada de su fe, de mucho más valor que el oro que perece a pesar de ser probado por fuego, sea hallada causa de alabanza y gloria y honra al tiempo de la revelación de Jesucristo.” (1 Ped. 1:6, 7) De modo que se traza un paralelo entre los efectos de las penalidades sobre la fe de uno con la refinación del oro por medio de fuego. La refinación revela lo que es oro puro y remueve la escoria. Cuando experimentamos penalidades sucede algo comparable en conexión con nuestra fe. ¿Cómo es eso?
Las penalidades revelan si nuestra fe es genuina y tiene la fuerza para soportar y confortarnos en tiempos de dificultad. Por ejemplo, un accidente o un desastre natural: como una inundación, un terremoto o una tempestad, puede producir penalidades. Las personas que tienen una fe limitada quizás comiencen a preocuparse excesivamente, y debido a esto descuiden las cosas espirituales. Como las personas que no tienen fe, quizás digan ansiosamente: “‘¿Qué hemos de comer?’ o ‘qué hemos de beber?’ o ‘¿qué hemos de ponernos?’” (Mat. 6:31) Por otra parte, las personas que tienen fe genuina no se entregan a indebida ansiedad. Continúan plenamente absortas en las cosas espirituales, confiando en que Jehová Dios bendecirá los esfuerzos que ellas hacen por obtener lo que de veras necesitan. (Mat. 6:32, 33) Su fe las sostiene a través de períodos difíciles y evita que empeoren la situación preocupándose innecesariamente.
El hecho de que las penalidades pueden poner de manifiesto las debilidades de nuestra fe es sumamente provechoso, pues así se nos ayuda a ver la necesidad de tomar medidas correctivas. Uno puede preguntarse: ‘¿Por qué es débil mi fe? ¿He descuidado el considerar la Palabra de Dios junto con oración y el meditar en ella? ¿Me he aprovechado plenamente de las provisiones para reunirme con mis compañeros de creencia? ¿Confío en mí más de lo debido, en vez de encomendar todos mis asuntos e inquietudes en oración a Jehová Dios? ¿Son las oraciones sinceras una parte cotidiana de mi vida?’ Sin embargo, este autoexamen solo es el principio. Es preciso hacer un esfuerzo por fortalecer nuestra fe.
Esto quizás exija que la persona mejore su apetito espiritual. Tal vez cuando se hizo discípulo de Jesucristo no había desarrollado “el anhelo por la leche no adulterada que pertenece a la palabra.” (1 Ped. 2:2) Por lo tanto, aunque quizás hayan pasado varios años, es posible que aun no sea un adulto espiritual y todavía necesite la leche misma por la cual en realidad nunca desarrolló el anhelo. (Heb. 5:12-14) El hecho de que cierta penalidad ponga de manifiesto claramente una debilidad en su fe ciertamente debería impulsarlo a ser más diligente en examinar las Escrituras, y cultivar verdadero gusto por el alimento espiritual. Debería esforzarse por ser como el hombre descrito por el salmista: “Su deleite está en la ley de Jehová, y en su ley lee en tono bajo día y noche.”—Sal. 1:2.
Esto exige más que el meramente leer la Biblia. Es especialmente importante tomar tiempo para pensar acerca de lo que la Palabra de Dios nos dice y aplicar la admonición que ésta da, sí, de hallar verdadero placer en las cosas espirituales. El discípulo Santiago escribió: “Háganse hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándose a ustedes mismos con razonamiento falso. . . . El que mira con cuidado en la ley perfecta que pertenece a la libertad y persiste en ella, éste, por cuanto se ha hecho, no un oidor olvidadizo, sino un hacedor de la obra, será feliz al hacerla él mismo.” (Sant. 1:22-25) Así es que tenemos que considerar lo que las Escrituras revelan acerca de Jehová Dios y su voluntad y entonces meditar con aprecio en lo muy amoroso que es el Padre celestial. Así, nuestro amor por él crecerá, nuestras oraciones serán más específicas y nuestra fe en él se hará más fuerte.
De hecho, cada prueba que experimentemos debería recordarnos lo muy importante que es el fortalecer nuestra fe. Deberíamos esforzarnos por remover de nuestra vida cualquier escoria que debilite nuestra fe. Quizás tengamos que luchar en contra del orgullo, la terquedad, la impaciencia, el egoísmo, el amor a la comodidad y a los placeres, la mundanalidad o la pasión... cosas que pudieran hacernos tropezar bajo la presión.
El darnos cuenta de que para obtener la aprobación de Dios es absolutamente esencial tener fe debería servir como un incentivo poderoso para fortalecer nuestra fe. La Biblia nos recuerda: “Sin fe es imposible agradarle bien, porque el que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que viene a ser remunerador de los que le buscan encarecidamente.” (Heb. 11:6) Por lo tanto, es muy prudente que incluyamos la substancia de la siguiente petición en nuestras oraciones: “¡Ayúdame donde necesite fe!”—Mar. 9:24.
Además de contribuir a que tomemos medidas correctivas, las pruebas de nuestra fe pueden ayudar a otras personas. Por ejemplo, cuando un cristiano pierde un ser amado en la muerte, su fe firme en la promesa que Dios ha dado de una resurrección lo sostiene. No se entrega a las expresiones extremadas de dolor que son común entre las personas que no tienen esperanza. Aunque se lamenta, su actitud y acciones demuestran que él está obrando en armonía con el siguiente consejo inspirado: “Hermanos, no queremos que estén en ignorancia respecto a los que están durmiendo en la muerte; para que no se apesadumbren ustedes como lo hacen también los demás que no tienen esperanza. Porque si nuestra fe es que Jesús murió y volvió a levantarse, así, también, a los que se han dormido en la muerte por Jesús, Dios los traerá con él.” (1 Tes. 4:13, 14) Cuando otras personas observan el poder sustentador de la fe del cristiano, es posible que lleguen a reconocer con aprecio que él posee algo verdaderamente valioso. Esto pudiera despertar dentro del corazón de ellos el deseo de tener una fe parecida a la de él y quizás los mueva a obrar con el fin de adquirir conocimiento acerca de la Palabra de Dios, y finalmente, llegar a ser discípulos de Jesucristo.
Seguramente, el que nuestra fe sea puesta a prueba es provechoso. Esas penalidades nos permiten ver si nuestra fe tiene verdadero poder sustentador. Nos ayudan a descubrir debilidades en nuestra fe, y esto nos pone en mejor posición para corregir los asuntos. Finalmente, el que pasemos con buen éxito las pruebas puede ayudar a otros, también, a llegar a ser discípulos de Jesucristo. Así es que, hagamos lo sumo posible por mantener una fe firme, fe que, después de haber sido sometida a prueba tras prueba, “sea hallada causa de alabanza y gloria y honra al tiempo de la revelación de Jesucristo.”
Despertad 22 Agosto 1978
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