lunes, 26 de junio de 2017

Tomas Emlyn ¿blasfemo o defensor de la verdad?



Thomas Emlyn:  ¿Quièn fue?
¿QUIÉN fue Thomas Emlyn? ¿Por qué defendió con tanto valor la verdad? ¿Qué lecciones nos enseña su vida?
Para contestar estas preguntas, debemos viajar a Inglaterra e Irlanda y retroceder en el tiempo hasta finales del siglo XVII y principios del XVIII. En aquel entonces había mucha tensión entre la Iglesia de Inglaterra —una institución con gran autoridad— y diversos individuos y grupos protestantes.
¿QUIÉN FUE EMLYN?
Thomas Emlyn nació el 27 de mayo de 1663, en Stamford (Lincolnshire, Inglaterra). A los 19 años, Emlyn pronunció su primer sermón. Con el tiempo se convirtió en el capellán de una condesa que vivía en Londres, y más tarde se trasladó a Belfast (Irlanda).
En esa ciudad comenzó a oficiar en una parroquia y tuvo la oportunidad de hacerlo en otros lugares también, como en Dublín.
¿POR QUÉ FUE ACUSADO DE BLASFEMIA?
Durante esos años, Emlyn se dedicó a estudiar a fondo las Escrituras, lo cual lo hizo dudar de la doctrina de la Trinidad. Su análisis de los Evangelios terminó de convencerlo de que había razones para creer algo distinto.
Aunque Emlyn no hizo público de inmediato su descubrimiento, algunos miembros de su parroquia en Dublín notaron que nunca mencionaba la Trinidad en sus sermones. Sabiendo que su postura no sería bien recibida, escribió: “No puedo aspirar a seguir en este cargo una vez revele mis creencias”. En junio de 1702, dos de sus compañeros le preguntaron directamente por qué evitaba el tema de la Trinidad. Confesó que había dejado de creer en ella y presentó su renuncia.
En cuestión de días se marchó a Inglaterra, pero diez semanas después volvió a Dublín para resolver unos asuntos pendientes a fin de mudarse permanentemente a Londres. Estando allí publicó un tratado para defender su postura en el que presentó pruebas bíblicas de por qué Jesús no podía ser el Dios supremo. Esto enfureció a los miembros de su anterior congregación de Dublín, quienes presentaron una queja formal.
El 14 de junio de 1703, Emlyn fue arrestado y llevado ante los tribunales de Dublín. En su obra True Narrative of the Proceedings (La historia verdadera del juicio) dijo haber sido condenado “por escribir un libro en el que, según algunos, [incurrió] en la blasfemia maliciosa de asegurar que Jesús no es igual a Dios el Padre”. El juicio fue una farsa: junto a los jueces se sentaron siete obispos de la Iglesia de Irlanda, y al acusado no se le permitió presentar defensa alguna. Richard Levins, un importante abogado, le dijo a Emlyn que lo iban “a cazar como a un lobo, sin reglas ni tregua”. Al final del juicio, el presidente del tribunal, Richard Pyne, se dirigió a los miembros del jurado para recordarles que “sus señorías, los obispos, estaban presentes”, quizás queriendo dar a entender que serían castigados si no emitían el fallo esperado.
Emlyn fue hallado culpable, tras lo cual un alto funcionario de justicia le propuso que se retractara. Este se negó, de modo que fue multado y sentenciado a un año de cárcel. Como no tenía dinero, pasó dos años en prisión, hasta que un amigo convenció a las autoridades de reducir la multa. Emlyn salió libre el 21 de julio de 1705. Las humillaciones que sufrió lo llevaron a escribir las palabras mencionadas al inicio: “Estoy sufriendo por lo que a mi entender es la verdad y la gloria de Dios”.
Emlyn se fue a Londres. Allí entabló amistad con William Whiston, otro biblista que había sido marginado por publicar lo que a su parecer era la verdad de la Biblia. Whiston respetaba a Emlyn y llegó a llamarlo “el primer y más importante promotor del cristianismo primitivo”.
¿POR QUÉ RECHAZÓ LA TRINIDAD?
Al igual que Whiston y que otro respetado erudito —Isaac Newton—, Emlyn descubrió que la Biblia no enseña la Trinidad de la que habla el Credo Atanasiano. Escribió: “Después de prolongada reflexión y análisis de las Santas Escrituras, [...] he encontrado razones de gran peso [...] para modificar la opinión que tenía anteriormente sobre la Trinidad”. Concluyó diciendo que “el Dios y Padre de Jesucristo es el único Ser Supremo”.
¿Qué condujo a Emlyn a esta conclusión? Un gran número de versículos que muestran las diferencias que hay entre Jesús y su Padre. Estos son tan solo unos ejemplos (los comentarios de Emlyn sobre los versículos están en cursivas):
• Juan 17:3. “Jamás se dice que Cristo sea Dios o el único Dios.” Solo al Padre se le llama “el único Dios verdadero”.
• Juan 5:30. “El Hijo no hace su propia voluntad, sino la voluntad del Padre.”
• Juan 5:26. “El Hijo recibió su vida del Padre.”
• Efesios 1:3. “Aunque a Jesucristo se le llama a menudo el Hijo de Dios, en ningún lugar encontramos que al Padre se le llame el Padre de Dios; más bien se le llama a menudo el Padre de nuestro Señor Jesús.”
Después de evaluar el conjunto de las pruebas, Emlyn afirmó categóricamente: “No hay un solo pasaje en las Santas Escrituras a partir del cual se pueda siquiera suponer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean el mismo ser”.
¿QUÉ LECCIÓN NOS ENSEÑA SU VIDA?
Hoy día, muchos no defienden las verdades de la Biblia por miedo. Emlyn no cayó en ese error. Más bien hizo la siguiente pregunta: “Si un hombre no da a conocer las verdades más importantes que ha descubierto claramente en las Santas Escrituras, ¿qué propósito tiene que las lea y las investigue?”. No estaba dispuesto a ocultar la verdad.

El ejemplo de Emlyn y de otros como él debe hacernos pensar si estamos dispuestos a defender la verdad a pesar del desprecio de los demás. Preguntémonos: “¿Qué es más importante? ¿El honor y el reconocimiento de la comunidad, o defender las verdades de la Palabra de Dios?”.

La Traduccuiòn de Moffat y la Biblia




Un libro para todo el mundo
“Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto.” (HECHOS 10:34, 35.)
CIERTO profesor se hallaba en su casa un domingo por la tarde y no esperaba visitas. Sin embargo, cuando una de nuestras hermanas cristianas llamó a su puerta, se puso a escucharla. La conversación giró en torno a la contaminación y el futuro de la Tierra, temas que le interesaban. No obstante, cuando ella hizo alusión a la Biblia, se mostró escéptico. Por ello, la hermana le preguntó qué opinaba acerca de la Biblia.
  “Es un buen libro escrito por hombres inteligentes —respondió él—, pero no hay que tomar en serio la Biblia.”
  “¿La ha leído usted?”, preguntó ella.
  Desconcertado, el profesor tuvo que admitir que no.
  De modo que ella preguntó: “¿Cómo puede expresarse con tanta convicción acerca de un libro que no ha leído?”.
La hermana tenía razón. El profesor decidió examinar la Biblia para formarse un juicio de ella.
2 Al igual que este profesor, hay muchas personas que se han formado juicios muy tajantes acerca de la Biblia pese a no haberla leído. Tal vez tengan una Biblia. Hasta puede que reconozcan su valor literario o histórico. Pero para muchos se trata de un libro cerrado. “No tengo tiempo de leer la Biblia”, dicen algunas personas. Otras se preguntan: “¿Qué vigencia pudiera tener en mi vida un libro antiguo?”. Estas opiniones constituyen un verdadero reto. Los testigos de Jehová creemos firmemente que la Biblia “es inspirada de Dios y provechosa para enseñar” (2 Timoteo 3:16, 17). Ahora bien, ¿cómo podemos convencer a las personas de que, prescindiendo de su raza, nación o etnia, deben examinar la Biblia?
3 Analicemos algunas razones por las que la Biblia merece un examen. Este análisis nos capacitará para razonar con aquellos con quienes hablamos en el ministerio, y quizá hasta les convenzamos de que deben analizar lo que dice la Biblia. Al mismo tiempo, este repaso debe fortalecer nuestra propia fe en que la Biblia es, verdaderamente, lo que dice ser: “la palabra de Dios” (Hebreos 4:12).
El libro más ampliamente distribuido del mundo
4 En primer lugar, la Biblia merece que la examinemos porque es, con mucho, el libro más distribuido y traducido de toda la historia de la humanidad. Hace más de quinientos años la primera edición impresa con caracteres móviles salió de la prensa del inventor alemán Johannes Gutenberg. Desde entonces se han impreso unos cuatro mil millones de Biblias y secciones de ella. Para 1996 contaba con versiones íntegras o parciales en 2.167 idiomas y dialectos. Más del noventa por ciento de la humanidad tiene acceso a, como mínimo, una porción de la Biblia en su idioma nativo. Ningún otro libro, religioso o de otro tipo, se le acerca siquiera.
5 Aunque las estadísticas por sí solas no prueban que la Biblia sea la Palabra de Dios, no hay duda de que esperaríamos que un relato escrito inspirado por Dios estuviera accesible a la población de todo el mundo. Al fin y al cabo, la misma Biblia nos dice que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto” (Hechos 10:34, 35). La Biblia ha traspasado las fronteras y ha rebasado las barreras raciales y étnicas, una hazaña que no ha logrado ningún otro libro. ¡Verdaderamente es un libro para todo el mundo!
Una historia de conservación sin igual
6 Hay otra razón por la que la Biblia merece que se la examine. Ha sobrevivido a pesar de obstáculos naturales y humanos. La historia de su conservación pese a enormes dificultades ciertamente no tiene igual entre los escritos antiguos.
7 Según parece, los escritores bíblicos escribieron sus palabras con tinta en papiros (que se elaboraban con la planta egipcia del mismo nombre) y en pergaminos (que se preparaban con la piel de animales) (Job 8:11). Tales materiales de escritura, sin embargo, tenían enemigos naturales. El docto Oscar Paret explica: “Estos dos materiales de escritura están igualmente amenazados por la humedad, el moho y varios tipos de gusanos. Conocemos por la experiencia cotidiana la facilidad con que se deteriora el papel, e incluso el cuero resistente, cuando se coloca a la intemperie o en una habitación húmeda”. Así que poco sorprende que no se conozca la existencia de ninguno de los escritos originales; probablemente se desintegraron hace mucho tiempo. Pero si los escritos originales sucumbieron a sus enemigos naturales, ¿cómo ha sobrevivido la Biblia?
8 Poco después de escribirse los originales, comenzaron a hacerse copias a mano. De hecho, copiar la Ley y otras secciones de las Santas Escrituras llegó a ser una profesión en el antiguo Israel. Al sacerdote Esdras, por ejemplo, se le califica de “copista hábil en la ley de Moisés” (Esdras 7:6,11; compárese con Salmo 45:1). No obstante, como las copias también se hacían en materiales perecederos, con el tiempo hubo que sustituirlas por otras. Durante siglos se hicieron copias de otras copias. Dado que los seres humanos no son perfectos, ¿cambiaron significativamente el texto bíblico los errores que cometieron los copistas? Los hechos muestran fuera de toda duda que no.
9 Los copistas no solo eran muy diestros, sino que también sentían profunda reverencia por las palabras que copiaban. El término hebreo traducido “copista” alude a la acción de contar y registrar. Hallamos un ejemplo del sumo cuidado y la exactitud de los copistas en el caso de los masoretas, copistas de las Escrituras Hebreas que vivieron entre los siglos VI y X E.C. Según el erudito Thomas Hartwell Horne, calcularon “cuántas veces aparece en las Escrituras Hebreas cada letra del alfabeto [hebreo]”. Pensemos en lo que esto significa. Para no omitir ni una sola letra, aquellos entregados copistas iban al extremo de contar tanto las palabras como las letras que copiaban. Según el recuento de cierto docto, al parecer llevaban la cuenta de las 815.140 letras de las Escrituras Hebreas. Tal minuciosidad garantizaba un alto grado de exactitud.
10 De hecho, hay prueba convincente de que los textos hebreos y griegos en los que se basan las traducciones modernas reflejan con notable fidelidad las palabras de los escritores originales. Componen esa prueba miles de manuscritos bíblicos —se calcula que seis mil de las Escrituras Hebreas, tanto íntegros como fragmentarios, y unos cinco mil de las Escrituras Cristianas en griego— que han sobrevivido hasta nuestro día. Un minucioso análisis comparativo de los muchos manuscritos existentes ha permitido a los críticos textuales detectar los errores de los copistas y determinar cuál era el texto original. Comentando sobre el texto de las Escrituras Hebreas, el docto William H. Green pudo por ello afirmar: “Puede decirse con seguridad que ninguna otra obra de la antigüedad se ha transmitido con tanta exactitud”. La misma confianza puede tenerse en el texto de las Escrituras Griegas Cristianas.
11 ¡Con qué facilidad se hubiera perdido la Biblia de no haber sido por las copias manuscritas que reemplazaron los originales con su valioso mensaje! Solo hay una razón para su supervivencia: Jehová es el Conservador y Protector de su Palabra. Como la misma Biblia dice en 1 Pedro 1:24, 25, “toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre”.
Traducida a las lenguas vivas de la humanidad
12 Seguir existiendo a pesar de haberse copiado durante siglos ya era de por sí difícil, pero la Biblia tuvo que afrontar otro obstáculo: la traducción a los idiomas contemporáneos. La Biblia debe hablar la lengua del pueblo a fin de llegarle al corazón. Sin embargo, traducir la Biblia, con sus más de mil cien capítulos y treinta y un mil versículos, es una tarea ingente. No obstante, a lo largo de los siglos, traductores abnegados se han entregado gustosos a la labor, que les ha supuesto afrontar en ocasiones obstáculos aparentemente insalvables.
13 Examinemos, por ejemplo, cómo se tradujo la Biblia a los idiomas de África. En el año 1800, apenas una docena de lenguas africanas contaban con escritura. Cientos de idiomas carecían de un sistema de representación gráfica. Este fue el obstáculo que afrontó el traductor de la Biblia Robert Moffat. En 1821, a la edad de 25 años, fundó una misión entre los tsuanas de África meridional. Decidido a aprender su lengua, que no tenía escritura, se relacionó con aquel pueblo. Perseveró, y con el tiempo, sin la ayuda de manuales ni diccionarios, dominó el idioma, elaboró un sistema de escritura y enseñó a algunos tsuanas a leer dicha escritura. En 1829, tras haber trabajado entre los tsuanas por ocho años, terminó la traducción del Evangelio de Lucas. Posteriormente dijo: “Me enteré de que algunos habían recorrido cientos de kilómetros para obtener ejemplares de San Lucas. [...] Cuando recibieron las porciones de San Lucas, los vi apretarlas contra el pecho y romper a llorar, derramando lágrimas de agradecimiento, tanto que tuve que decir a más de uno: ‘Van a estropear los libros con tantas lágrimas’”. Moffat también contó de un africano que vio a unas cuantas personas leer el Evangelio de Lucas, y les preguntó qué era lo que tenían. “La palabra de Dios”, contestaron. “¿Habla?”, preguntó el hombre. “Sí —fue la respuesta—, habla al corazón.”
14 Traductores abnegados de la talla de Moffat dieron a muchos africanos su primera oportunidad de comunicarse mediante la escritura. No obstante, dejaron al pueblo africano un legado mucho más valioso: la Biblia en su propia lengua. Además, Moffat introdujo el nombre divino en la lengua tsuana, y lo utilizó en toda su traducción. De ahí que los tsuanas se refirieran a la Biblia como “la boca de Jehová” (Salmo 83:18).
15 Otros traductores de diversas partes del mundo afrontaron obstáculos parecidos. Algunos hasta arriesgaron la vida para traducir la Biblia. Piense en ello: Si la Biblia hubiera permanecido en el hebreo y el griego antiguos, podría haber “muerto” hace mucho, pues con el tiempo las masas casi olvidaron esos idiomas y en algunas partes de la Tierra nunca se conocieron. Pese a ello, la Biblia está muy viva porque, a diferencia de los demás libros, puede “hablar” a las personas de todo el mundo en su propio idioma. Como consecuencia, su mensaje sigue “obrando en ustedes los creyentes [en ella]” (1 Tesalonicenses 2:13). La Santa Biblia, de Evaristo Martín Nieto, traduce estas palabras como sigue: “Permanece vitalmente activa en vosotros, los creyentes [en ella]”.
Confiable
16 “¿Es de verdad confiable la Biblia? —quizá pregunten algunos—. ¿Habla de personas de la vida real, lugares auténticos y sucesos históricos?” Para que confiemos en ella, debe haber prueba de que la escribieron hombres cuidadosos y honrados. Esto nos lleva a otra razón para examinarla: hay prueba sólida de que es fidedigna y confiable.
17 Los escritores imparciales no solo consignan los éxitos, sino también los fracasos; no solo las virtudes, sino también los defectos. Los escritores de la Biblia manifestaron esa reconfortante franqueza. Veamos, por ejemplo, la sinceridad de Moisés. Entre los datos de que habló con franqueza estuvo su propia falta de elocuencia, que en su opinión lo incapacitaba para ser el caudillo de Israel (Éxodo 4:10); el grave error que cometió y que impidió que entrara en la Tierra Prometida (Números 20:9-12; 27:12-14); la desviación de su hermano Aarón, que colaboró con los israelitas rebeldes en hacer una estatua de un becerro de oro (Éxodo 32:1-6); la rebelión de su hermana, Míriam, y su humillante castigo (Números 12:1-3, 10); la profanación de la que fueron protagonistas sus sobrinos Nadab y Abihú (Levítico 10:1, 2), y las continuas quejas y murmuraciones del propio pueblo de Dios (Éxodo 14:11, 12; Números 14:1-10). ¿No revela interés genuino por la verdad una exposición tan sincera y abierta? Dado que los escritores de la Biblia estuvieron dispuestos a reflejar aspectos negativos de sus seres amados, de su pueblo y de sí mismos, ¿no hay buena razón para confiar en sus escritos?
18 La coherencia de los escritores de la Biblia también muestra que sus trabajos son dignos de confianza. Es verdaderamente notable que cuarenta hombres que escribieron en un lapso de unos mil seiscientos años concuerden incluso en los más mínimos detalles. Sin embargo, no se trata de una armonía tan premeditada que infunda sospechas de confabulación. Al contrario, hay una falta patente de intención en la concordancia de diversos detalles; muchas veces se ve que la armonía es claramente una coincidencia.
19 Para ilustrarlo, veamos un incidente que ocurrió la noche de la detención de Jesús. Los escritores de los cuatro Evangelios dejaron constancia de que uno de los discípulos sacó una espada y atacó a un esclavo del sumo sacerdote, a quien cortó una oreja. No obstante, únicamente Lucas nos dice que Jesús le “tocó la oreja y lo sanó” (Lucas 22:51). Pues bien, ¿no es lo que esperaríamos de un escritor al que se conocía como “el médico amado”? (Colosenses 4:14.) El relato de Juan dice que, de todos los discípulos presentes, fue Pedro el que blandió la espada, lo que no sorprende en vista de la tendencia de Pedro a ser precipitado e impetuoso (Juan 18:10; compárese con Mateo 16:22, 23 y con Juan 21:7, 8). Juan aporta otro detalle aparentemente innecesario: “El nombre del esclavo era Malco”. ¿Por qué es Juan el único que da el nombre de esta persona? La explicación reside en un dato de menor importancia que se cita de pasada solo en el relato de Juan: este “era conocido del sumo sacerdote”. También lo conocía la casa del sumo sacerdote; los servidores lo conocían a él y él a los servidores (Juan 18:10, 15, 16). Es natural, por tanto, que Juan mencionara el nombre de la persona herida, mientras que no lo hicieron los demás escritores de los evangelios, para quienes dicha persona era por lo visto un extraño. Es asombrosa la concordancia entre todos estos detalles, pero obviamente fue involuntaria. Hay muchísimos ejemplos parecidos en la Biblia.
20 Así pues, ¿es fidedigna la Biblia? Desde luego. La franqueza de los escritores bíblicos y la coherencia interna de los escritos dan a la Biblia un inconfundible cariz de verdad. Las personas sinceras tienen que saber que pueden confiar en la Biblia, pues es la Palabra inspirada de “Jehová el Dios de la verdad” (Salmo 31:5). Hay más razones por las que la Biblia es un libro para todo el mundo, como se indicará en el artículo siguiente.

Según las cifras publicadas por las Sociedades Bíblicas Unidas.
La segunda vez que Pablo estuvo preso en Roma, pidió a Timoteo que le llevara “los rollos, especialmente los pergaminos” (2 Timoteo 4:13). Posiblemente pedía algunas secciones de las Escrituras Hebreas para estudiarlas mientras estuviera en prisión. La expresión “especialmente los pergaminos” tal vez indique que había rollos tanto de papiro como de pergamino.
En 1838, Moffat terminó la traducción de las Escrituras Griegas Cristianas. Con la ayuda de un compañero finalizó la traducción de las Escrituras Hebreas en 1857.

La familiaridad de Juan con el sumo sacerdote y su casa se indica nuevamente más adelante. Cuando otro de los esclavos del sumo sacerdote acusa a Pedro de ser uno de los discípulos de Jesús, Juan dice que este esclavo era “pariente del hombre a quien Pedro había cortado la oreja” (Juan 18:26).