viernes, 14 de julio de 2017

Calendario Hebreo, Juliano, Gregoriano



CALENDARIO
Cualquier sistema ordenado de distribuir el tiempo en años, meses, semanas y días. Mucho antes de la creación del hombre, Dios proveyó la base para dicha distribución del tiempo. Génesis 1:14, 15 nos dice que uno de los propósitos de las “lumbreras [que había] en la expansión de los cielos” era que sirvieran para “estaciones y para días y años”. 
Por lo tanto, el día solar, el año solar y el mes lunar son divisiones naturales del tiempo, regidas, respectivamente, por la rotación diaria de la Tierra sobre su eje, su órbita anual alrededor del Sol y las fases mensuales de la Luna con relación a la Tierra y el Sol.
 Sin embargo, son arbitrarias tanto la distribución del tiempo en semanas como la del día en horas.
Desde el primer hombre, Adán, el tiempo se ha venido midiendo en términos de años. 
Por ejemplo, leemos que Adán tenía “ciento treinta años” cuando llegó a ser padre de Set. (Gé 5:3.)
También se empezaron a usar las divisiones mensuales. Según el registro bíblico, para la época del Diluvio el tiempo se dividía en meses de 30 días, pues se dice que un período de 5 meses equivalía a 150 días. 
(Gé 7:11, 24; 8:3, 4.) El mismo registro también indica que Noé dividía el año en 12 meses. 
En esta época también se mencionan períodos de siete días, y es posible que ese tipo de distribución se haya utilizado regularmente desde tiempos remotos. 
(Gé 7:4, 10; 8:10, 12.) Sin embargo, no hay ninguna prueba de que existiese un requisito divino de guardar un sábado semanal hasta que Dios dio instrucciones concretas a Israel después de su éxodo de Egipto. 
En el pasado los hombres emplearon diversos sistemas de calendario, y varios de ellos todavía siguen en uso hoy en día. 
Los calendarios primitivos eran principalmente calendarios lunares, es decir, los meses del año se contaban por ciclos completos de la Luna, por ejemplo, desde una luna nueva hasta la siguiente luna nueva. 
Una lunación dura, como promedio, 29 días, 12 horas y 44 minutos. 
Aunque los meses podían ser de 29 ó 30 días, en el registro bíblico la palabra “mes” por lo general significa 30 días. (Compárese con Dt 21:13; 34:8; Rev 11:2, 3.)
Un año de 12 meses lunares es unos once días más corto que un año solar de 365 1/4 días. 
Puesto que el año solar determina el ciclo de las estaciones, había necesidad de ajustar el calendario a dicho año solar, lo que resultó en los llamados años lunisolares o embolismales, es decir, años solares compuestos de meses lunares. 
Esto se conseguía añadiendo unos días a cada año, o un mes adicional a ciertos años, con el fin de compensar la menor duración de los doce meses lunares.

Calendario hebreo
El calendario israelita se basaba en el año lunisolar o embolismal, pues Jehová Dios estableció que su año sagrado comenzase en la primavera con el mes de Abib y fijó fechas en las que se debían celebrar ciertas fiestas, fiestas que estaban relacionadas con las diferentes cosechas. 
Para que estas fechas coincidiesen con las cosechas respectivas, los israelitas tenían que sincronizar su calendario con las estaciones correspondientes, compensando la diferencia entre los años lunares y los solares. (Éx 12:1-14; 23:15, 16; Le 23:4-16.)
La Biblia no indica qué método usaron en un principio para determinar cuándo se debían añadir los días adicionales o el mes intercalar. 
Sin embargo, es lógico pensar que utilizaran los equinoccios de primavera y de otoño para determinar cuándo se retrasaban las estaciones lo suficiente como para que se requiriese un ajuste. 
Aunque no se menciona específicamente en la Biblia, con este fin los israelitas añadieron un decimotercer mes, llamado en tiempos postexílicos Veadar, es decir, segundo Adar.
El primer calendario judío estandarizado que se conoce es del siglo IV E.C. (c. 359 E.C.), cuando Hillel II especificó que los años de 13 meses deberían ser el tercero, sexto, octavo, undécimo, decimocuarto, decimoséptimo y decimonoveno de cada período de diecinueve años. 
Este ciclo de diecinueve años se conoce como el ciclo metónico, nombre derivado del matemático griego Metón (del siglo V a. E.C.), aunque hay prueba de que los babilonios perfeccionaron este ciclo con anterioridad. (Véase Babylonian Chronology, 626 B.C.-A.D. 75, de R. A. Parker y W. H. Dubberstein, 1971, págs. 1, 3, 6.).
El ciclo toma en cuenta que cada diecinueve años la luna nueva y la luna llena vuelvan a caer en los mismos días del año solar.
Los meses judíos iban de luna nueva a luna nueva. (Isa 66:23.) Por esta razón, la palabra hebrea jó·dhesch,traducida “mes” (Gé 7:11) o “luna nueva” (1Sa 20:27), está relacionada con ja·dhásch, que significa “nuevo”. Otra palabra para mes, yé·raj, se traduce “mes lunar”. (1Re 6:38.) 
En períodos posteriores se usaron señales de fuego o se envió a mensajeros para anunciar a la gente el comienzo del nuevo mes.
En la Biblia los meses suelen designarse por su orden en el año, del primero al duodécimo. (Jos 4:19; Nú 9:11; 2Cr 15:10; Jer 52:6; Nú 33:38; Eze 8:1; Le 16:29; 1Re 12:32; Esd 10:9; 2Re 25:1; Dt 1:3; Jer 52:31.).
Antes del exilio babilonio, solo se mencionan por nombre cuatro meses, a saber, Abib, el primer mes 
(Éx 13:4); Ziv, el segundo (1Re 6:37); Etanim, el séptimo (1Re 8:2), y Bul, el octavo. (1Re 6:38.). 
Los significados de estos nombres son estrictamente estacionales, una prueba más de que los israelitas utilizaban el año lunisolar. 
En tiempos postexílicos los israelitas emplearon los nombres de los meses usados en Babilonia, de los que se mencionan siete: Nisán, el primer mes, que sustituía a Abib (Est 3:7); Siván, el tercer mes (Est 8:9); Elul, el sexto (Ne 6:15); Kislev, el noveno (Zac 7:1); Tebet, el décimo (Est 2:16); Sebat, el undécimo (Zac 1:7), y Adar, el duodécimo (Esd 6:15).
Los nombres postexílicos de los restantes cinco meses aparecen en el Talmud judío y en otras obras.
 Son: Iyar, el segundo mes; Tamuz, el cuarto; Ab, el quinto; Tisri, el séptimo, y Hesván, el octavo. 
El decimotercer mes, que se intercalaba periódicamente, se llamaba Veadar, es decir, segundo Adar.
Con el tiempo, la mayoría de los meses llegaron a tener un número específico de días. Nisán (Abib), Siván, Ab, Tisri (Etanim) y Sebat tenían 30 días cada uno, mientras que Iyar (Ziv), Tamuz, Elul y Tebet tenían 29 días cada uno. 
Sin embargo, Hesván (Bul), Kislev y Adar podían tener 29 ó 30 días. 
Las variaciones de estos últimos meses servían para ajustar el calendario lunar y también para que ciertas fiestas no cayeran en días que consideraban prohibidos líderes religiosos judíos de tiempos posteriores.
Aunque el año sagrado comenzaba en la primavera con el mes de Abib (o Nisán), pues así lo había decretado Dios en el tiempo del éxodo (Éx 12:2; 13:4), el registro bíblico indica que con anterioridad los judíos calculaban el año de otoño a otoño. 
Esto dio lugar a dos calendarios: el sagrado y el seglar o agrícola. (Éx 23:16; 34:22; Le 23:34; Dt 16:13.).
En tiempos postexílicos, el 1 de Tisri (septiembre-octubre) marcaba el comienzo del año seglar, y en esa fecha hoy se sigue celebrando el año nuevo judío, llamado Rosh Hashaná (Cabeza del Año).
En 1908 se descubrió en Guézer un calendario rudimentario en hebreo antiguo, único en su género, que según cálculos data del siglo X a. E.C. 
Es un calendario agrícola que describe la actividad agrícola a partir del otoño. 
En síntesis, habla de dos meses para almacenaje, dos de siembra y dos de crecimiento en primavera, seguidos de un mes para arrancar el lino, uno para la cosecha de la cebada y uno de cosecha general; luego, dos meses para cuidar y podar las viñas, y, por fin, un mes de frutos del verano. (Le 26:5.)
En el cuadro adjunto aparecen los meses según su orden en los calendarios sagrado y seglar, así como su correspondencia aproximada con los meses de nuestro calendario actual.
Las frecuentes referencias de los evangelios y el libro de Hechos a las diversas fiestas muestran que el calendario judío seguía vigente en los días de Jesús y los apóstoles. Estas fiestas sirven de orientación para ubicar en el tiempo los acontecimientos bíblicos de aquellos días. (Mt 26:2; Mr 14:1; Lc 22:1; Jn 2:13, 23; 5:1; 6:4; 7:2, 37; 10:22; 11:55; Hch 2:1; 12:3, 4; 20:6, 16; 27:9.)
Debe tenerse en cuenta que para los cristianos no rige ningún calendario religioso en el que se especifiquen ciertos días sagrados o fiestas, como indica con claridad el apóstol Pablo en Gálatas 4:9-11 y en Colosenses 2:16, 17
El único acontecimiento que los cristianos deben celebrar cada año es la Cena del Señor, que corresponde con la Pascua y, por lo tanto, está regida por el calendario lunar. (Mt 26:2, 26-29; 1Co 11:23-26;) 

Aunque hoy en día los cristianos usan el calendario vigente en el país donde viven, son conscientes de que el Dios de la eternidad, Jehová, tiene su propio calendario de los acontecimientos, un calendario que no está regido por los sistemas humanos de contar el tiempo. 
Como escribió su profeta Daniel, “él cambia tiempos y sazones, remueve reyes y establece reyes, da sabiduría a los sabios y conocimiento a los que conocen el discernimiento. 
Revela las cosas profundas y las cosas ocultas, y sabe lo que está en la oscuridad; y con él de veras mora la luz”. (Da 2:21, 22.) 
De modo que su posición de Soberano Universal está muy por encima de nuestra Tierra rotatoria, con su día y noche, sus ciclos lunares y su año solar. 
Sin embargo, en su Palabra, la Biblia, Dios relaciona sus acciones y propósitos con estas medidas de tiempo para que sus criaturas terrestres sepan dónde están en relación con su gran calendario de acontecimientos. 

Los meses del calendario bíblico


Los meses judíos iban de luna nueva a luna nueva. (Isa 66:23.) La palabra hebrea jó·dhesch, “mes” (Gé 7:11), viene de una raíz que significa “nuevo”, mientras que otra palabra para mes, yé·raj, significa “lunación”.

1.° NISÁN (ABIB) marzo-abril
14 Pascua
15-21 Tortas no fermentadas
16 Ofrenda de las primicias
Cebada

2.° IYAR (ZIV) abril-mayo
14 Pascua tardía (Nú 9:10-13)
Trigo

3.° SIVÁN mayo-junio
6 Fiesta de las semanas (Pentecostés)
Primeros higos

4.° TAMUZ junio-julio
Primeras uvas

5.° AB julio-agosto
Frutos del verano

6.° ELUL agosto-septiembre
Dátiles, uvas, higos

7.° TISRI (ETANIM) septiembre-octubre
1 Toque de trompeta
10 Día de Expiación
15-21 Fiesta de las cabañas o de la recolección
22 Asamblea solemne
Se ara la tierra

8.° HESVÁN (BUL) octubre-noviembre
Aceitunas

9.° KISLEV noviembre-diciembre
25 Fiesta de la dedicación
Se encierran los rebaños

10.° TEBET diciembre-enero
Crece la vegetación

11.° SEBAT enero-febrero
Florecen los almendros

12.° ADAR febrero-marzo
14, 15 Purim
Cítricos

13.° VEADAR marzo






El calendario gregoriano es un calendario 
originario de Europa, actualmente utilizado de 
manera oficial en casi todo el mundo. 

Así denominado por ser su promotor el papa Gregorio XIII
vino a sustituir en 1582 al calendario juliano 
utilizado desde que Julio César lo instaurara en el año 46 a. C. 
El papa promulgó el uso de este calendario por medio 
de la bula Inter Gravissimas.
El germen del calendario gregoriano fueron dos 
estudios realizados en 1515 y 1578 por científicos 
de la Universidad de Salamanca
que fueron remitidos a la Iglesia. 

Del primero se hizo caso omiso y del segundo finalmente fructificó el actual calendario mundial.
Los primeros países en adoptar el calendario actual fueron España, Italia y Portugal en 1582. 
Sin embargo, Gran Bretaña y sus colonias americanas no lo hicieron hasta 1752.

En el año 46 a. E.C. Julio César decretó el cambio del calendario lunar romano por el solar. 
Este calendario juliano, basado en los cálculos del astrónomo griego Sosígenes, tenía doce meses de duración arbitraria que formaban un año de 365 días que empezaba el 1 de enero. 
También entraron en vigor los años bisiestos cuatrienales, a los que se añadía un día más para compensar el retraso que se producía con respecto al año trópico (casi 365 1/4 días).

La reforma gregoriana nace de la necesidad de llevar a 
la práctica uno de los acuerdos 
del Concilio de Trento
ajustar el calendario para eliminar el desfase 
producido desde el primer Concilio de Nicea
celebrado en 325, en el que se había fijado el 
momento astral en que debía celebrarse la Pascua y, 
en relación con esta, las demás fiestas religiosas móviles. 

Lo que importaba, pues, era la regularidad del calendario litúrgico, para lo cual era preciso 
introducir determinadas correcciones en el civil. 

En el fondo, se trataba de adecuar el calendario civil al año trópico.

En el Concilio de Nicea se determinó que la Pascua debía conmemorarse el domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera en 
el hemisferio norte (equinoccio de otoño en el hemisferio sur). 
Aquel año 325 el equinoccio había ocurrido el día 21 
de marzo  pero con el paso del tiempo la fecha del acontecimiento se había ido adelantando hasta el 
punto de que en 1582, el desfase era ya de 10 días, y 
el equinoccio se fechó el 11 de marzo 
El desfase provenía de un inexacto cómputo del 
número de días con que cuenta el año trópico; 
según el calendario juliano que instituyó un año 
bisiesto cada cuatro, 
consideraba que el año trópico estaba constituido 
por 365,25 días, 
mientras que la cifra correcta es de 365,242189, o lo 
que es lo mismo, 365 días, 5 horas, 48 minutos y 
45,16 segundos. 

Esos más de 11 minutos contados adicionalmente 
a cada año habían supuesto en los 1257 años que mediaban entre 325 y 1582 un error acumulado 
de aproximadamente 10 días.

El año promedio del calendario juliano era en realidad unos once minutos y catorce segundos más largo que el verdadero año solar. 
Por lo tanto, en el siglo XVI ya se había acumulado una diferencia de diez días completos. 
En el año 1582 E.C. el papa Gregorio XIII introdujo una ligera revisión del calendario juliano: seguirían siendo bisiestos todos los años múltiplos de cuatro, con la excepción de los años seculares (los acabados en dos ceros), que solo se contarían como tales si el número de centenas era múltiplo de cuatro. 
Por una bula papal, en 1582 se omitieron diez días, 
de manera que al 4 de octubre siguió el 15 de octubre. 
Este calendario gregoriano es de uso común hoy día en la mayor parte del mundo, y es la base para las fechas históricas que se usan en toda esta publicación.

Erasmo de Roterdam




Cuando el joven arador se deleita en la Palabra de Dios

“YO HARÍA traducir estas palabras a todos los idiomas para que no solo los escoceses y los irlandeses pudieran leerlas, sino también los turcos y los saracenos [...] Anhelo que el arador las cante para sí mientras va arando, que el tejedor las tararee al son de su lanzadera, que el viajero las aproveche para aliviar la monotonía de su viaje.”

Así se expresó el erudito holandés Desiderio Erasmo a principios del siglo dieciséis. 
Esperaba y deseaba fervorosamente que las “palabras”, es decir, las Escrituras, se tradujeran a muchos idiomas a fin de que aun el ‘arador’ pudiera leer la Palabra de Dios y hallar deleite en ella.

Desde aquel entonces se han producido muchísimas traducciones de la Biblia y hoy se puede leer ésta en los idiomas del 97% de la población del mundo. 
No es sin razón que la Biblia ha llegado a ser el libro de mayor venta del mundo. Bajo su influencia hombres de toda clase se han sentido impulsados a obrar a favor de la libertad y la verdad. 

Este fue especialmente el caso durante la Reforma europea del siglo dieciséis. 
Algunos de los personajes predominantes de aquel tiempo, como Martín Lutero, eran intrépidos y francos, mientras que otros, como Erasmo, procuraron efectuar cambios de manera más sutil. 

Por eso se dice que Lutero abrió la puerta a la Reforma después que Erasmo había forzado la cerradura.

A Erasmo se le reconoció como gran erudito. Respecto a su personalidad, la Catholic Encyclopedia dice: 
“Tenía [...] una capacidad sobresaliente de expresión; en lo que tenía que ver con pronunciar discursos enérgicos y conmovedores, expresarse con aguda ironía y sarcasmo oculto, él no tenía igual”. 

Así, cuando Erasmo visitó a sir Tomás Moro, presidente de la Cámara de los Lores, aun antes de que Erasmo se identificara, Moro quedó tan deleitado con su conversación que abruptamente le dijo: “Usted o es Erasmo o el Diablo”.

Como ejemplo típico de la personalidad de Erasmo puede citarse la respuesta que él dio a Frederick, elector de Sajonia, cuando éste le preguntó lo que opinaba sobre Martín Lutero. Erasmo dijo: 
“Lutero ha cometido dos errores: se ha atrevido a tocar la corona del papa y la barriga de los monjes”.

Pero, ¿cómo influyó la Biblia en Erasmo, y qué, en cambio, hizo él para seguir estudiándola y ayudar a ponerla al alcance de la gente común, como el ‘arador’?. 
Empecemos por examinar la juventud de Erasmo.

Su juventud

Erasmo nació en Rotterdam, los Países Bajos, Holanda, en 1466. 

Fue hijo ilegítimo de un sacerdote holandés y fue muy infeliz durante sus primeros años de vida. 
Su madre murió cuando él tenía más o menos diecisiete años de edad, y poco después murió su padre. 
Aunque Erasmo deseaba asistir a la universidad, finalmente cedió a la presión de sus tutores e ingresó en el monasterio agustino de Steyn. 

Allí continuó estudiando el latín, las obras de los autores clásicos y de los padres de la iglesia. 
Pero en poco tiempo llegó a detestar aquel modo de vida. 
Así, a la edad de veintiséis años, Erasmo aprovechó la oportunidad de salirse del monasterio cuando se le nombró secretario de Enrique de Bergen, obispo de Cambrai, en Francia. 

Poco después pudo continuar sus estudios en la universidad de París. 
Pero enfermaba a menudo y sufrió de mala salud durante toda su vida.

En 1499 aceptó una invitación para visitar Inglaterra. 
Allí conoció a Tomás Moro, Juan Colet y otros teólogos de Londres, quienes lo fortalecieron en su determinación de aplicarse a los estudios bíblicos. 
A fin de comprender mejor el mensaje de la Biblia, se aplicó intensamente al estudio del griego, hasta que pudo enseñarlo a otros.

Durante ese tiempo escribió un tratado intitulado Manual del soldado cristiano, en el que aconsejó al cristiano joven a que estudiara la Biblia, diciendo: “No hay nada que se pueda creer con mayor certeza que lo que se lee en estos escritos”.

En sus esfuerzos por hacer equilibrios para vivir, pues tenía poco dinero, y debido a que quería escapar de la plaga, Erasmo fue a Louvain, Bélgica, en 1504. 
Al visitar el monasterio de Parc, descubrió en la biblioteca un manuscrito de la obra Anotaciones al Nuevo Testamento, del erudito italiano Lorenzo Valla. 

Esta colección de notas sobre el texto de la Vulgata latina de las Escrituras Griegas Cristianas despertó su interés en la crítica textual, en la que se comparan versiones primitivas de la Biblia 
con manuscritos de ésta a fin de determinar cuál era el contenido del texto originalmente. 
Erasmo resolvió esforzarse por restaurar el texto original de la Biblia.
Erasmo entonces visitó Italia y después emprendió nuevamente un viaje a Inglaterra. 
Al cruzar los Alpes, volvió a reflexionar sobre su encuentro con Tomás Moro y, al meditar sobre el significado de este nombre (moros, griego para “tonto”), se sintió impulsado a escribir una sátira, que intituló Elogio de la locura. 

En esta obra se personifica a la tontería y ésta se entremete en toda esfera de la vida, pero se hace especialmente evidente entre los teólogos y el clero. 
De esta manera Erasmo expuso los abusos del clero, que fue precisamente una de las causas de la Reforma, que para entonces estaba a punto de estallar. 
“Respecto a los papas —escribió él— si pretenden ser sucesores de los apóstoles deberían considerar que se requiere que ellos practiquen las mismas cosas que practicaron sus predecesores.” 

Pero en vez de hacer esto, dijo él, consideran que “el instruir a la gente es demasiado laborioso; el interpretar la escritura es usurpar el privilegio de los eruditos; el orar consume demasiado tiempo”.

 ¡Con razón se dijo respecto a Erasmo que él tenía “una capacidad sobresaliente de expresión”!


Se publica el primer texto griego

Mientras enseñaba el griego por un tiempo en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, Erasmo continuó con la obra de enmendar el texto de las Escrituras Griegas Cristianas. 

Un amigo, Martin Dorpius, trató de convencerle de que no era necesario corregir la traducción latina basándose en el griego. 
¿Era probable, objetó Dorpius, “que la entera Iglesia Católica hubiera estado errada por tantos siglos, ya que ella siempre ha usado y aprobado esta traducción”? 

Tomás Moro se unió a Erasmo en responder a estas críticas, e hizo hincapié en la necesidad de que hubiera un texto exacto de la Biblia en los idiomas originales.

En Basilea, Suiza, un impresor, Johannes Froben, instó a Erasmo a que se apresurara por completar su obra. 
El primero se había enterado de que el cardenal Ximenes de Toledo, España, había estado preparando un Testamento en griego y latín en 1514, pero había aplazado la publicación de éste hasta que se completara toda la Biblia. 

Finalmente se publicó bajo el nombre de Políglota Complutense en 1522. 
La edición de Erasmo se publicó en 1516, la primera vez que se había publicado un texto del “Nuevo Testamento” en el griego original.

Puesto que se completó apresuradamente, contenía muchos errores.

 Erasmo, más que nadie, reconocía esto, y en ediciones posteriores corrigió cuantos errores pudo. 

Tanto Lutero como William Tyndale usaron éstas al traducir la Biblia al alemán y al inglés, respectivamente. 
Esto fue lo que Erasmo había esperado y deseado, y fue en el prefacio de este volumen del texto griego donde él escribió: “Yo haría traducir estas palabras a todos los idiomas. [...] Anhelo que el arador las cante para sí mientras va arando”. 

Por imperfecto que haya sido el texto de Erasmo, dio inicio a la obra importante de la crítica textual, que ha resultado en que haya traducciones exactas de la Biblia en nuestro tiempo.

Sin embargo, no toda persona recibió con agrado esta publicación. Erasmo, en algunas de sus notas, criticaba mucho al clero. 

Por ejemplo, considere el texto de Mateo 16:18, que dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia”. (Nácar-Colunga.).

Erasmo expresa sorpresa de que estas palabras se hayan aplicado exclusivamente al papa, y rechaza por completo la primacía de Pedro. 
Esta fue una declaración audaz cuando se considera que apareció en un volumen dedicado al papa. 
No es de extrañar que muchos de los escritos de Erasmo hayan sido proscritos, hasta en las universidades.

Es evidente que Erasmo se interesó en comprender la Palabra de Dios, a juzgar por una obra que escribió en 1519 intitulada Principles of True Theology (cuyo título abreviado era The Ratio). 

En esta obra él presenta su método de estudiar la Biblia y un conjunto de reglas acerca de cómo interpretarla. 
Estas incluyen el nunca separar una cita de su contexto ni del hilo del pensamiento del autor. 
Erasmo se dio cuenta de la unidad de las Escrituras como un todo.

 Por lo tanto, la interpretación proviene de dentro de ella, sostuvo él, y no la impone una fuente más allá de sus páginas. 
(Compare con Génesis 40:8.)

Erasmo y Lutero

En 1518 Erasmo escribió un tratado llamado Coloquios, en el que nuevamente atacó la corrupción de la Iglesia y los monasterios. 

Justamente un año antes de esto, Martín Lutero había clavado denodadamente sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg a manera de protesta en contra de las indulgencias, que habían llegado a ser motivo de escándalo en muchos países. 

Durante cierto tiempo parecía que Erasmo y Lutero se unirían para efectuar las reformas necesarias, pero sus ideas en cuanto a cómo lograrlas eran radicalmente diferentes. 
Dentro de poco, Lutero se puso a censurar a Erasmo debido a que éste era moderado y quería obrar por medios pacíficos desde dentro de la Iglesia. 
Podría decirse que Erasmo pensaba y escribía, mientras que Lutero obraba.

La ruptura entre los dos se efectuó finalmente en 1524, cuando Erasmo escribió un ensayo intitulado Disquisición acerca del libre albedrío. 
Lutero rechazaba la idea de que el hombre tuviera libre albedrío, pero Erasmo razonó que de no ser así, Dios sería injusto, ya que eso significaría que el hombre no podría obrar a favor de su propia salvación.

A medida que la Reforma se afianzó en Europa, las circunstancias obligaron a muchos de los caudillos a separarse de la Iglesia Católica. 
Aunque no habían previsto las consecuencias de su proceder, ellos siguieron adelante en el rumbo que habían escogido, en muchos casos hasta la muerte. 

Pero Erasmo evitó la controversia, y aun rechazó el sombrero de cardenal, pues admitió en cierta ocasión que si a él lo ponían a prueba, tal vez caería en el pecado como cayó Pedro (Mateo 26:69-75). 
Procuró mantener una posición intermedia. 
De modo que mientras que en Roma los escritos de Erasmo se consideraban heréticos y se colocaron en el índice de libros prohibidos, muchos reformadores censuraron a Erasmo por estar dispuesto a transigir a fin de salvar su pellejo. 

Erasmo era susceptible a toda forma de crítica, y a la misma vez anhelaba ser elogiado, de modo que frecuentemente era demasiado cauteloso, pues temía las consecuencias de cualquier ruptura con Roma.

El papel que desempeñó Erasmo con relación a la Reforma se ha resumido como sigue: 
“Fue reformador hasta que la Reforma llegó a ser una realidad temible; bromista ante los baluartes del papado hasta que éstos empezaron a desmoronarse; 
propagador de las Escrituras hasta que los hombres se pusieron a estudiarlas y ponerlas en práctica; 
menospreció las meras apariencias de la religión hasta que fueron reconocidas por lo que verdaderamente eran; 
en resumidas cuentas, fue un erudito, ingenioso, benévolo, amable, tímido, indeciso, quien, aunque asumió la responsabilidad de rescatar la mente humana de la esclavitud a la que había sido sometida por mil años, cedió a otros la gloria de dicha responsabilidad. 

La distancia entre su carrera y la de Lutero fue por lo tanto ensanchándose continuamente, hasta que por fin los dos se fueron en direcciones opuestas, y al encontrarse sentían animosidad mutua”. (Edinburgh Review, lxviii, 302.)

Los reformadores no podían llegar a un acuerdo entre ellos mismos en cuanto a cuestiones de doctrina y prácticas religiosas, de modo que los cambios que se efectuaron en el siglo dieciséis no bastaron para eliminar algunas de las tradiciones básicas que por siglos habían ocultado la verdad que encierra la Palabra de Dios. 

No obstante, los adelantos que se hicieron en lo que tenía que ver con proporcionar la Biblia a la gente común han continuado desde aquel entonces hasta el día presente. 
De aquellas luchas, en las que participó Erasmo, han surgido traducciones confiables y exactas de la Biblia.

Así, hoy el ‘arador’ puede conseguir la Biblia, o siquiera parte de ella, en casi cualquier idioma y deleitarse en aprender acerca del magnífico propósito de Dios para con la humanidad. 
En las Escrituras se nos insta encarecidamente a hacer precisamente eso. 
Salmo 1:2, 3 dice respecto al hombre justo: “Su deleite está en la ley de Jehová, y en su ley lee en tono bajo día y noche. Y ciertamente llegará a ser como un árbol plantado al lado de corrientes de agua, que da su propio fruto en su estación y cuyo follaje no se marchita, y todo lo que hace tendrá buen éxito”

Que nunca dejemos pasar un día sin hallar deleite en la Palabra de Dios.

[Nota a pie de página]
De hecho, ya que el texto de Revelación que él tenía estaba incompleto, Erasmo simplemente volvió a traducir de la Vulgata latina al griego los versículos que faltaban.