viernes, 7 de julio de 2017

La ignorancia y el prejuicio en tu corazòn, un dìa


En un lejano pueblo, muy cerca de donde vosotros vivís,
donde la gente era respetuosa de las leyes, decentes,
en una de sus calles, no recuerdo cual, vivía una chica con su abuela,
(señora de edad indefinida pero al verla, cualquiera vería que había vivido mucho).
Su nieta, chica joven, como mucho tendría diecisiete años,
negro sus ojos, andar ligero, de figura fina.

Una vez a la semana, precisamente los Sábados al atardecer,
la veían como salía de casa y encaminaba sus pasos a las afueras del pueblo, deteniéndose a la orilla del camino que lo rodeaba,
y allí se quedaba esperando.

Las señoras del pueblo veían como después de un rato, se detenía un camión,
se abría la puerta, la chica subía --
Algunos veían como esta abrazaba y besaba al conductor,
luego marchaban y se perdían en el atardecer,
solo dejando una nube de humo y polvo que tardaba en desvanecerse.

A las dos horas el camión volvía, se abría la puerta, bajaba la chica,
el camión se iba, y la chica se quedaba mirando
hasta que la nube de humo y polvo se desvanecía.
Luego cabizbaja, lentamente encaminaba sus pasos a casa de su abuela.

Así pasó más de un año, cada Sábado, la misma chica, el mismo camión,
la misma puerta que se abre, el mismo conductor, el mismo abrazo,
el mismo beso y la misma nube de humo y polvo que se desvanece.

Algunas señoras comentaban:
"Pobre muchacha, debe tener mucha necesidad para tener que hacer eso".
Otras, decentes ellas, decían: "No podemos consentirlo, y en nuestro pueblo,
y ante nosotras".
Mas otras añadían: "Tendremos que reunirnos para decidir que hacemos".
"¡Qué descaro!. Con el cura hay que hablar".

Se supo, por no se sabe quien,
que de los hombres del pueblo, mas de alguno le ofreció a la chica dinero, para que le hiciera no se sabe que favores.
La chica ya no hablaba, ya no sonreía, ni siquiera salía de casa, solo ese día, Sábado al atardecer.

Un día, uno de tantos días, algunas señoras vieron como la chica encaminaba sus pasos a las afueras del pueblo.
--Pero no era Sábado, tampoco era al atardecer.
"¡Cómo es posible!":
Dijo una mujer, y añadió: "¿Es que ya no se conforma esta muchacha?".
"Ahora no se podrá negar", decían los hombres del pueblo.

Vieron como la chica llegó al camino, y no era Sábado,
tampoco era al atardecer,
alguien vió que no se detenía donde siempre lo hacía,
sino que cruzaba el camino y se internaba en el prado
por donde pasaba el río.

Dos días mas tarde la encontraron,
colgada del puente que mas allá del camino,
cruzaba el río.

Cuando la fueron a enterrar,
en el cementerio a las afueras del pueblo,
allì a la orilla del camino, toda la gente del pueblo asistió,
algunos a regañadientes, otros, por que había que estar,
otros para saludarse  ya que poco se veían,
y uno que otro, por que era un acontecimiento,
ya que en el pueblo nunca pasaba nada.

Los hombres, todos los del pueblo, todos ellos, resignados,
lamentándose en sus corazones de no haber podido obtener de la chica
los favores que tanto habían deseado,
(Pero hablándo entre ellos, cada uno se vanagloriaba de haberlos obtenido).

Mientras todos, tanto hombres como mujeres se decían de si mismos,
lo buenos y honestos que eran, lo dignos y honrados,
escucharon un ruido,--intrigados dirigiéndo las miradas al camino vieron,
que se detenía un camión, el mismo camión, el mismo conductor.

"¡Qué descaro¡",
exclamaron algunas señoras,

"Presentarse aquí".

Otra dijo: "¡No hay respeto!".

Todos vieron como se habría la puerta, no la misma puerta,
si no la del conductor, y bajaba un hombre de mediana estatura con fino bigote.
Algunos vieron, que en su mano llevaba una flor,

"¡Inconcebible!" decían las mujeres,

"Tendremos que reunirnos para decidir que hacemos". (las mismas que nunca se atrevieron).

Hasta el cura del pueblo decía en su corazón:
"Esto es un sacrilegio, tendré que informar".

Hasta los hombres del pueblo decían: "¿Cómo es posible
que esta muchacha estuviese con "esta cosa",
cualquiera de nosotros es mas guapo que "esto".

Sin saber como ni porqué, cuando el hombre dirigió sus pasos, acercándose lentamente a los allí reunidos, arrastrando los pies, (quizás alguien vió que llevaba atado a sus pies  una pesada roca de tristeza),

casi encorvado, (quizás alguien vió, que el peso del dolor hace que  la espalda se encorve),
pareciendo mas pequeño aún, estos, todos, todos le abrieron camino.

El hombre se acercó cansadamente a la tumba de la chica,
vieron todos como se arrodillaba,
--algunos--como depositaba la flor que en su mano llevaba.

Las mujeres: sus bocas cerraron.
Los hombres: su corazón encogieron.
El cura del pueblo: quieto dejó su rosario.
Dos perros gruñendo por un hueso: dejaron de hacerlo.
El trinar de los pajarillos; cesó.
Hasta los árboles se inclinaron; para escuchar mejor.
Cuando todos--todos, hasta el mismísimo cielo escuchó al hombre decir:

"¿Porqué?...

¿Porqué hija mía?".

"¿Qué va hacer ahora papá...
sin ti?".

La ignorancia tiene muchos hijos e hijas, pero--....
El prejuicio y el temor al otro, son sus preferidos