martes, 3 de octubre de 2017

La honradez, un modo de vida



Cuando la honradez es un modo de vivir

¿QUÉ haría usted si hallara una bolsa en la calle que contuviera 25.000 dólares en billetes pequeños? Recientemente un camionero de Brooklyn, Nueva York, se encontró precisamente en esa situación. La bolsa había caído, sin que nadie la observara, de un automóvil de seguridad blindado durante un accidente menor.
Porque el camionero entregó esta cantidad a la policía se hizo objeto de mucha burla por parte de sus compañeros de trabajo quienes le recordaron lo que ellos pudieran hacer y lo que hubieran hecho con el dinero si ellos lo hubiesen hallado. Los detectives que investigaron el caso declararon que la honradez del camionero era “asombrosa para esta ciudad.” Uno de ellos dijo adicionalmente: “Llevo dieciocho años en la fuerza de policía y nunca he visto cosa semejante. Y si sigo en la fuerza otros dieciocho años no creo que lo vuelva a ver.” Sí, pues ¿no es verdad que apenas pasa un día sin que oigamos informes acerca del amplio alcance del fraude, la corrupción o la falta de honradez por parte de gente de toda clase?
Durante 1976 tremendos escándalos de soborno internacional sacudieron a Italia, Japón, Bélgica y los Estados Unidos, entre otros países. Personas que habían sido primeros ministros, miembros de gabinete, y hasta un príncipe europeo, fueron acusadas de corrupción extensa. Centenares de cadetes de una famosa academia militar estadounidense fueron expulsados después de ser desenmascarados como fraudulentos.
Parece que la riqueza y el rango social tienen poco que ver con la falta de honradez en casos como éstos. Varias personas que se destacan en el campo del entretenimiento fueron enjuiciadas por haber usado dispositivos electrónicos que se llaman “cajas azules” para hacer llamadas telefónicas de larga distancia sin pagar. El jefe de una gigantesca compañía electrónica renunció después de confesar que hacía cinco años que no había hecho declaración de impuestos sobre sus rentas, y una mujer rica y socialmente prominente se confesó culpable al ser acusada de haber reducido drásticamente el precio de factura a fin de aminorar los derechos de aduana sobre vestidos que traía de París.
A muchos les parece que casi toda persona podría ver con simpatía el que la gente se valiera de oportunidades de obrar con falta de honradez. Por ejemplo, recientemente cuando los dependientes de un supermercado de París se declararon en huelga sin autorización, más de mil clientes se llevaron mercancías cuyo valor ascendía a más de 30.000 dólares antes que se les pudiera detener. La Asociación Americana de Bibliotecas calcula que cada año el valor de los libros hurtados por gente de toda clase asciende a 250 millones de dólares, pero, según dicen ellos, los peores transgresores son “los que están estudiando para ser médicos y abogados”... los mismísimos que se supone que sean ejemplos de integridad.
El Times de Nueva York informa que entre muchos obreros “parece que el cobrar cheques de compensación por desempleo a la vez que evitan conseguir empleo se ha hecho un modo de vivir.” Un periodista cuya columna disfruta de amplia lectura lo expresó así: “Parece que todo el mundo está resuelto a aprovecharse de la oportunidad mientras ésta dure.”
“Enfermedad del carácter”
Pero ¿qué hay de la religión? ¿Tienden las iglesias a restringir la falta de honradez entre sus miembros? Escasamente, dice George Plagenz, editor religioso del Press de Cleveland. “Incluidos en actos de fraude y otra conducta sospechosa . . . están hasta los miembros estimados de la comunidad media que acostumbran asistir a las iglesias.” Plagenz también hace el siguiente comentario revelador: “No es que ellos no consideren el defraudar como un pecado. Es que no consideran que lo que ellos hacen es defraudar.”
Por eso, muchos cuyas prácticas constituyen alguna forma de falta de honradez no creen que lo que hacen sea realmente incorrecto. El ejecutivo de una compañía de aviación que fue declarado culpable de aceptar sobornos dijo: “Está incluido en la estructura del trabajo . . . viene como cosa natural.” A menudo los que presentan exageradas reclamaciones para indemnización de sus seguros contra accidentes razonan así: “Las compañías de seguro esperan que se haga esto. Lo han calculado e incluido en la cantidad total del seguro. Es boba la persona que no hace una reclamación elevada.” Pero al fin y al cabo ¿quién paga por ello?
Algunos estudiantes opinan que el ser honrados cuando todos los demás están defraudando los coloca en una situación injusta y desventajosa. Otras personas creen que al defraudar a su patrono o al gobierno simplemente están corrigiendo una injusticia. Razonan que las empresas acaparadoras y los gobiernos grandes defraudan a la persona media; entonces ¿por qué no pagarles en la misma moneda a los que siempre están hurtándole a uno? “De todos modos,” creen muchos, “son tan grandes que ni siquiera echan de menos lo que pierden.” Pero, de nuevo, ¿quién es el que paga al fin? ¿No es cierto que todos pagamos por ello al pagar los precios más elevados que esa falta de honradez ocasiona?
Un médico declarado culpable de percibir inmensas ganancias fraudulentas del medicaid (ayuda gubernamental para los enfermos) hizo una declaración airada que revela la manera en que algunos ven sus propios actos faltos de honradez. Le dijo a un subcomité del Senado de los EE. UU. que él se había “aprovechado de un sistema pésimo, un sistema que volvía la espalda y no miraba.” Su abogado añadió que “ellos están aquí para quejarse de un sistema que es tan malo que virtualmente invita esos actos.”
Pero ¿por qué debe el sistema tener que vigilar a todos? Y ¿no es el quejarse de que el sistema “invita” a la falta de honradez muy parecido al bandido juvenil que se queja de que las personas ancianas a quienes ataca lo “invitan” a cometer crímenes porque se hacen metas tan fáciles de conseguir? No, el problema no estriba en la vigilancia defectuosa por parte del sistema. “En alguna parte hay una explicación más profunda, más gravosa,” comentó un bien conocido columnista. “Esta es una enfermedad del carácter, y solo Dios sabe cómo se trata eso.”—Atlanta Constitution, 2 de sep. de 1976.
Curando la falta de honradez
El hecho es que Dios sí sabe tratar esta “enfermedad del carácter” que se ha hecho tan general, y lo está haciendo entre millones de personas. Considere, por ejemplo, el entregador de Brooklyn que halló esa bolsa con 25.000 dólares y la llevó a la policía. ¿Qué lo hizo obrar así? El informe en el Long Island Press cita estas palabras de él: “Como testigo de Jehová trato de sostener las enseñanzas de la Biblia en mi vida diaria. Señalamos a Hebreos 13:18.” Allí la Biblia dice acerca de los cristianos: “Confiamos en que tenemos conciencia honrada, puesto que deseamos comportarnos honradamente en todas las cosas.”
Se ve, pues, que la fuerza impulsadora de los principios de la Biblia puede vencer la falta de honradez, la “enfermedad del carácter” que es corriente entre tantos. Personas de toda nación y de toda clase de antecedentes que realmente hacen de estos principios su modo de vivir se distinguen por su honradez. Por ejemplo, bajo los titulares “Atalayas son honrados,” el principal periódico de Zambia, el Times, informó que la “administración de la Feria Comercial de Zambia emplea a miembros de [los testigos de Jehová] para atender las entradas... debido a su honradez.”
Un oficial explicó que, en el pasado, ocurrían déficits de hasta K500 (769 dólares), mientras que bajo los Testigos el déficit fue un “asombroso 40n [62 centavos de dólar].” “Se puede entender por qué la administración prefiere a personas de la Watchtower,” comentó el oficial. “Son tan honradas que durante los pasados tres años la administración no ha tenido problema con los ingresos.”—4 de julio de 1974.
No se trata de que estas personas hayan nacido como individuos honrados por naturaleza. Muchos fueron precisamente lo opuesto. Pero estas personas están rehaciendo su vida para que armonice con las normas de honradez que pronto prevalecerán por toda la Tierra cuando Dios establezca el justo sistema de cosas que él ha prometido. Tan grande será la diferencia en la personalidad de la gente que viva entonces que la Biblia llama ese sistema “nuevos cielos y una nueva tierra” en los cuales “la justicia habrá de morar.” ¿Por qué no averigua cómo este grupo de gente ha aprendido a hacer de la honradez su modo de vivir?—2 Ped. 3:13.

Despertad 22 Enero 1978

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